miércoles, 30 de julio de 2008

Extraños personajes - 5 rosas-


Desentonaba. Desde la primera vez que lo vi allí, aquella tarde como otra cualquiera, supe que no era compatible a cuanto le rodeaba. Parecía un romántico como los del libro de literatura, más bien era uno de ellos, por eso desentonaba. No había sitió para él en estos tiempos. Era de una raza extinta.

Con su camisa blanca y su chaleco negro, deambulaba con paso fúnebre entre el gentío enfundado en densos abrigos y cubiertos por aparatosos paraguas. A medida que vagaba por la estrecha calle, la gente lo observaba con una mezcla de asombro y desprecio. Lo escaneaban detalladamente pero, por mucho que lo mirasen no veían nada.

Su negra gabardina, flotaba batiéndose en duelo con el fuerte viento que soplaba mientras la lluvia caía lateralmente sobre su figura. Mientras que por su cara corrían las gotas dibujando finas líneas, en su gabardina se posaban y se quedaban formando miles de diminutas burbujas de agua haciendo extrañas figuras en esta.

Las gotas repiqueteaban contra el cristal y desde mi ventaba observaba a ese personaje de novela y su extraña travesía.
Me fijé que en ese cuadro había algo que desentonaba. Todo era gris, muerto y triste y él iba de luto, pero llevaba consigo un ramo con cinco rosas rojas. Eso es lo que desentonaba. Era como si todo fuese una película en blanco y negro, pero marcado con una pequeña mancha de rojo, intensa y ardiente.

Él siguió andando hasta el final de la calle, se paró en la esquina y se quedó ahí, inmóvil, esperando.

A la noche, saliendo de la cocina divise como aquel romántico seguía allí plantado, completamente calado por el agua. Las rosas se habían ahogado y él seguía igual de inmóvil que cuando me fui.
En el reloj del salón, sonaron las 12, y segundos más tarde empezó a sonar la campana de la iglesia. Ton, ton ton… Ya era medianoche. La única luz que iluminaba al joven, un fluorescente de un ultramarinos cerrado a cal y canto y las luces de los coches que pasaban por la carretera. Él, tiritaba de frío pero, seguía allí bajo la incesante lluvia, esperando.

Entonces ocurrió… Una de las hojas de las muertas rosas se desprendió de la flor y cayó lentamente bailando con el viento y la lluvia hasta alcanzar el frío asfalto de la acera.


No podría decirlo con seguridad porque llovía a cantaros y la lluvia cruzaba su delgada y pálida cara formando ríos de agua pero, habría jurado que momentos después de que la primera hoja cayese y que él se hubiese percatado, una lágrima salió tímidamente y empezó a recorrer su marcada mejilla hasta perderse en sus labios.
Seguidamente, el joven bajó su derrotado brazo, donde sostenía el ramo haciendo que muchos más pétalos se desprendiesen formando un charco rojo como de sangre.

Levantó la vista, buscando, y encontró mi mirada detrás del cristal, observándolo. El agua seguía recorriendo su cara pero, ya no era la lluvia, eran lágrimas. Me miró durante unos segundos y mientras me observaba con los ojos vidriosos, sonrió, bajo la cabeza y dio media vuelta.


Emprendió su marcha por la misma calle por donde había venido pero, esta vez, cabizbajo con el ramo de flores muertas arrastrándose por la acera dejando un rastro rojo.


Desapareció entre las sombras y la niebla que surgía de las rejillas de las alcantarillas y los tubos de escape de los automóviles mientras, lentamente con su fúnebre paso se perdía entre la oscura noche y la ciudad lo engullía.

1 comentario:

Antonio A. dijo...

Ya sabes que me ha encantado este texto. Se lo estoy leyendo a mis alumnos/as como ejemplo de descripción de ambientes.
Antonio A.