Fue una tarde de verano. A decir verdad, no me di cuenta de su presencia hasta varios días después, cuando en el metro dejó verse con todas sus letras. Me asusté, al tiempo que moría de placer. Lógico, no hay lugar más adecuado que el metro para que una palabra de esas características comience a formar parte de la vida de uno.
Poco a poco, sus letras fueron tomando una forma más llamativa, atrayente, y el miedo inicial se convirtió en un pánico seductor, casi adictivo. Con el paso del tiempo la obsesión empezó a nublar su atractiva forma y su caligrafía se tornó una seguida de letras mucho menos inocente con traces puramente seductores, le faltaba magia, pero había ganado en poder de atracción, me enganchó, me atrapó y fue costoso escapar de sus garras de caricias excitantes. Ya al madurar y muchos años más tardé, sin perder la intensidad que la distinguió desde un principio, adquirió un tono tierno y apacible y con la seguridad que se gana con el tiempo, tuve el valor de escribirla en una carta que se perderá en el metro, una carta que coloca la palabra que me persiguió durante toda mi vida en el lugar donde le corresponde Estimado Amor:
1 comentario:
Es muy interesante el último párrafo. Las personificaciones que utilizas para describir la evolución de esa vivencia (amor) son muy buenas.
Antonio A.
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