Entre los girasoles y mi soledad un quitamiedos imbatible fabricado con guardabarros de bicicletas de los que abandonaron su camino. Su camino recorrido por kilómetros repletos de pisadas pisoteadas, huellas remarcadas, reandadas.
Sólo son guardabarros de bicicletas, las guías del cateter que corre por mis venas de viajero sin rumbo, pero con viaje, con viaje trazado sin rumbo. Mi cateter me envía sin demora a mi destino pactado. ¿Pero qué pasa? Mi destino, mi otro destino, el soñado, el inalcanzable, se escabulle entre las nubes para hacerme la promesa de cada tarde. Se mofa de mi mirada y juega con ella para mostrame su rostro más dulce, sus pinceladas de naranjas rosados y amarillos anaranjados en algodones de azúcar que se alinean paralelos de cara al horizonte y me dan la espalda. Y cuando desaparecen, al fin, la tierra prometida, esa orgía de estrellas picaronas de mis negras noches azul marino en veranos gélidos. Gélidos por las guías de guardabarros, las guías que me impiden catar las pipas de mis girasoles puntillistas. Los pintaré el día que mis estrellas los iluminen. ¿Pero por qué no ahora?
Acelero, siento la velocidad en mi cabeza, el corazón se acelera al mismo tiempo. Giro. ¡Crash! Lo he hecho, he abrazado el quitamiedos. Ahora ya lo puedo ver, mi cielo de estrellas y girasoles. Y ahora sí, de nuevo la luz, pintora de girasoles, pero esta vez al otro lado, por fin al otro lado.
1 comentario:
Y las comas, pipas de girasoles.
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