lunes, 29 de septiembre de 2008

Esa boca...

No puedo hacerlo. Tiene una boca enorme. No se ve nada ahí dentro. No puedo ver nada más allá de lo que su gigantesca boca me permite después de engullir parte de mí. Me da pánico siquiera acercar mi mano porque cada vez que lo hago me entrego casi totalmente a él. Siempre espera, quieto, impasible, con una serenidad que asusta en esa esquina entre dos calles que se cruzan. Es una locura aproximarse, casi un suicidio entre tanto coche, tráfico, ruido, caos, humo… y el semáforo, siempre ahí, tentador por ese rojo intenso que me invita a no cruzar la frontera entre seguir como estoy o regalarle otro pedacito de mí. Otra porción de mi tarta a veces amarga, otras dulce, las menos claro. Pero me entrego, me dejo seducir por su boca… su enorme boca de labios firmes, seguros de sí mismos, decididos… Decididos a saborear otra vez mi gusto a papel pintado con letras de una vida relatada envuelta por una manta protectora y con rumbo fijo. Siempre yo, con una dirección grabada en mi pecho, otra en mi espalda, simplemente yo, que me entrego a mi brújula de boca gigante. Pero es que es enorme, esa boca… tan profunda, tan honda… La puerta a la incertidumbre ¿y si no me acercase a ella? ¿y si permaneciera eternamente en mi manto de doble dirección? Siempre a medio camino entre aquí y allá…además, el semáforo está en rojo, hay mucho humo, mucho ruido y dos direcciones: una me lleva de cabeza a su boca y la otra me libra de regalarle un pedazo mi alma ¡mi alma es mía! El semáforo está en rojo y una alternativa me espera en esta misma acera. No puedo entregarme gratuitamente, prefiero que busque en otra dirección, la dirección al dorso, la que está al otro lado del semáforo en rojo, esperaré aquí mismo, no quiero que nadie saboree uno de mis bocados más dulces y menos esa boca giagante, esa boca de hierro, da miedo, me atemoriza…

En mi pecho: Paul Gordon Al dorso: R/ Al otro lado del semáforo

Wellington street 8

94563

London

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