miércoles, 19 de noviembre de 2008

Un grito

Nadie antes había contado jamás una historia tan angustiosa, tan ahogada y atrapada que parecía imposible de leer por la dificultad de avanzar entre sus densas líneas de sufrimiento contenido. Porque nunca antes nadie había escuchado la historia de un grito. La vida de ese grito que murió antes de nacer. Atrapado en las cuerdas vocales de una garganta encadenada. No podía salir, pero tampoco podía siquiera huir a la boca del estómago porque su fuerza era tal que su rabia contenida lo obligaba a luchar por permanecer en el epicentro de la desolación.

Jamás nadie podría imaginar la encarnizada lucha de ese girto por aflorar y poder contar su historia. Poder dejar que su pena volase entre los árboles desnudos y se colase por las rejillas de las ventanas entreabiertas y las chimeneas humeantes de aquel invierno gélido.

Su esfuerzo imperioso quiso aliarse con un par de lágrimas que encarceladas en dos cuencas oscuras no conseguían escapar de su cautiverio.

Era tal el dolor y tan hiriente la desesperación de aquel grito que un enorme grupo de nubes grises de tristeza lo cubrieron y dejaron que truenos y relámapagos lo ayudasen en su huida. Pero no podía, era imposible, estaba atrapado en la impotencia y la desazón. Adherido a las paredes de una garganta que se negaba a dejar nacer semejante efluvio de infelicidad y amargura.

Las nubes comenzaron a disolverse y el viento que pretendía arrancarlo con su fuerza huracanada se convirtió en una neblina que se deslizó suavemente por las fosas nasales para llegar hasta él, envolverlo y congelarlo para siempre en aquel gélido invierno de aquella garganta prisionera de su propia voz.

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