jueves, 31 de julio de 2008

-Atrapado en el reflejo de un pensamiento-


Una silla me observa e intenta leerme la mente. Lo lleva claro hace tiempo que deje de pensar. La lámpara me ciega con su tenue luz y el sofá me engulle lentamente. Mi pluma garabatea sobre papel cuadriculado algunas sandeces como estas y el piano hace sonar unas manos en el aparato de música. La marea sube y baja por las escaleras y yo le digo que pare con la mirada ya que, estoy esperando. Espero a que en esta hora crepuscular aparezca una musa que a precio razonable me venda inspiración embotellada pero, eso resulta difícil porque todas ellas murieron y tan solo queda su reflejo en las estrellas de octubre. La televisión atrapa en su interior a un hombre delgado y con patillas y un cuaderno de tapa negra y su pluma granate que me observa con la corazón partida mientras sus ojos chillan:
- Sálvame, no me dejes a solas con ellos.-
Yo bajo la mirada a estas líneas. Me da un poco de pena pero, ellos saben que ya no puede salvarse y que es cuestión de tiempo. Entonces, el hombre del televisor se levanta y se va. Yo me quedo viendo como yo soy el reflejo de ese hombre, el atrapado y mis ojos mientras tanto, empiezan a chillar:
-Sálvame, no me dejes a solas con ellos…

miércoles, 30 de julio de 2008

Lógica aristotélica

Un día cogió el mundo y se lo metió al bolsillo. Luego cogió la cartera y la tiró por la ventana. Por lo visto, le cayó encima al perro de una pobre señora que pasaba por allí. El perro se murió del golpe y la señora del susto, si bien algo tuvo que ver el chute de heroína que llevaba encima.

Con el mundo en el bolsillo salió a explorar lo que había ahí afuera, pero no le convenció. Era mejor quedarse en casa comiendo crêpes con chocolate y nueces.

Al día siguiente, cogió la cartera y se la metió al bolsillo. Luego cogió el mundo y lo tiró por la ventana. A continuación salió él. No encontró crêpes con chocolate y nueces en ningún sitio.

Al tercer día, dejó el mundo y la cartera en su mesilla de noche. Luego cogió su bolsillo y se tiró por la ventana.

Petit Point


- ¡Aurelio!

-…

-¡Aurelio!

-…

- ¿Es que no me oyes? ¡Estás sordo como una tapia Aurelio!

Ojalá lo estuviera

- Nos estamos haciendo viejos Aurelio

Somos dos vegestorios Fernanda

- ¡Aurelio!

¡Por Dios! ¡No cerrará esa bocaza!

- Voy por el pan Aurelio ¿quieres algo?

Una mujer morena de veinte años, con ojos negros y cabellos rizados, y que sea muda, por favor, sobre todo que sea muda

- Aurelio. Te he preguntado a ver si quieres algo. Voy por el pan.

-…

Por fin se ha ido. Cómo amo el silencio y cómo la amaba a ella. No a Fernanda, claro, a Fernanda siempre la quise, tampoco sé exacatamnete por qué, pero a ella la amaba.

Me gusta mirar por la ventana y ver, de vez en cuando también veo, a pesar de mis cataratas, glaucomas y unas cuantas palabrotas más. También la veo a ella, en mis recuerdos claro, y alguna tarde se sienta en el banco del parque a hacer medio punto. Pero no ha venido, estará atareda.Murió hace algunos años. Era una chica delicada y flacucha, por eso bordaba cuadros de Monet, de Petit Point, como ella lo llamaba. Algún día tengo que bajar al parque, en bata, yo solo no me puedo vestir y le sostendré los hilos. Le pintaré cuadros de Petit Point.

-Aurelio…

- ¿Rosa? Rosa ¿qué haces aquí? Rosa…

- ¿Aún pintas?

-Sí, Rosa, sí… a pesar de mi par de fósiles inválidos por la artritis aún lo hago. Vámonos al parque, te pintaré un cuadro, el más bello cuadro para Petit Point que jamás hayas bordado. Pero espera, espera, he de dejar una nota a Fernanda, un momento.

FERNANDA:

HE IDO POR EL PAN

-Sí, sí como lo oís, ayer salió por el pan y allá se lo encontró a la vuelta, seco, más seco que el palo de un caparrón, ¡pobre Rosa! Sí, sí el funeral es a las ocho sí, aunque no creo que vaya la Rosaura, ya sabéis que no se hablan desde hace años, por la herencia dicen… Por lo visto él había perdido la cabeza con el Alzheimer y el hijo mayor no se quiso hacer cargo y claro la Rosaura… normal. Hasta llamaba Fernanda a la pobre Rosa, imaginaos ¡vaya cuadro!

Rosa borda cuadros de Petit Point mientras mira por la ventana. Pero no ve, no ve a Aurelio en el banco del parque, pintándole sus cuadros, más bellos que los de Monet. Es tarde ya, el reloj de cuco le avisa de que ya es hora de ir a por el pan.

Pájaros en la cabeza


Sergio Bolivar retiró una pluma negra de su oreja y apoyó en la hoja en blanco su bolígrafo bic azul.

“-¡Hagámoslo pues!
-¿El qué?
-Arte.
Todo comenzó con un rasgueo simpático de violín. El gran bigote del músico aleteaba feliz mientras daba a luz a una nueva melodía, rítmica, sensual y cíngara.
-¡Síguela!
Y al violín se unió, confuso al principio, el vozarrón de un chelo.
Tapaban los dos amigos el sonido de la pradera con su son pícaro y desenfadado, haciendo ignorar el sol insistente, el hambre y la infinidad del camino que se perdía hacia delante entre colinas y árboles.
Lo recuerdo tan nítido… era primavera, era Rumanía y era 2003. Fue la primavera de la eclosión. La eclosión de los huevos, por supuesto.
Nunca supe de qué eran, la verdad, y nunca lo sabré. Solo sé que desde entonces estas criaturillas no hacen más que hacerme echar plumas por las orejas cada vez que oigo aquello de “tú no tienes más que pájaros en la cabeza.” ¿Y qué? ¿Lo negué alguna vez acaso?
Ni siquiera aquella vez que compré el minibús o decidí irme de vagabundo por todo el mundo. Nunca después de aquella gira.
Yo, con mi humilde viola, pegado a un violín rumano y a un chelo kazajo mientras íbamos de pueblo en pueblo tocando un par de canciones correctas, cobrando poco y bebiendo mucho.
Entonces fue cuando se nos averió la furgoneta en mitad de una carretera comarcal y el ánimo se nos quedó tan apagado como el motor.
Estuve maldiciendo mi mala fortuna hasta que la voz aguda del rumano entonó un solemne y rimbombante “Hagámoslo pues” y todo empezó.
Con la música comenzaron a eclosionar esos huevos que un día mi hermano mayor dejase en mi cabeza por la oreja, como una broma, pero que yo siempre supe que seguían ahí. Y como siempre supe que seguían ahí tuve mucho cuidado de no golpearme la cabeza con fuerza o hacer movimientos muy bruscos. Huevos bien, pero tortilla, no señor. Siempre odié la tortilla.
Como iba contando, los huevos eclosionaron gracias a la calidez del arte y, aun condenándome a echar plumas y desperdicios varios por las orejas desde aquella fecha, me cantan en los amaneceres y los anocheceres y me mantienen despierto con su continuo jolgorio de pajarillos.
Aparte, son fáciles de contentar. Se conforman con un par de libros de poesía al año y música variada.
¿Y por qué recordar todo esto ahora? Pues porque presiento que dentro de poco querrán echar a volar…”

Sergio Bolivar dejó el bolígrafo, y, cansado de la vida y de su espalda a sus 98 años de edad, se echó a dormir.
Eran las doce de la noche cuando de su boca salieron tres hermosas golondrinas negras que escaparon por la ventana.
Cuando le intentaron despertar al día siguiente, el alma Sergio Bolivar había echado a volar.

Ella, la 3011

Ahí lo tenemos un bote a la deriva, con un marinero. No, no. Ahí lo tenemos, un marinero a la deriva en un bote, su bote.

Allá arriba un millón de estrellas y el universo.

Entre aquí y allá la Luna y su reflejo, narcisista donde los haya. Ambos.

Y oculta, escondida en la negrura iluminada por astros nocturnos Ella. Esa estrella que parpadea con picardía, la que le guiña el ojo atrevidamente y luego se esconde. La que el marinero desesperado busca y no encuentra, la que encuentra sin buscar, la que quiere atrapar en su red, la estrella 3011, la única y verdadera, pura, escurridiza, misteriosa. La que le imnotiza, responsable de sus noches de insomnio y su malnutrición.

Por Ella, luchó contra viento y marea y por fin robó la luz del Sol que guarda ahora en una lata de sardinas (su última comida, hace cien años y tres días, cuando partió en su busca) Su objetivo, ese faro parpadeante en un universo remoto. Inalcanzable tal vez.

Una noche de verano salió a pescar algo, algo así como un reflejo de Luna. No tuvo éxito. Quiso luego hacerse con un millón de estrellas, pero la 3011 se le resistió. Entonces la vio por vez primera. Pidió ayuda a la brisa, pero ésta se limitó a silbarle en el oído y coquetear con él. Fue cuando comenzó a perder el norte, y el sur, también el este y el oeste. Era el momento perfecto para consultar su brújula. Fue ésta quien le dio la idea. Señaló hacia arriba. Allá arriba. Si no conseguía atraerla a sus redes, si a partir de la 3010 las estrellas se le resistían, tenía que subir. Tenía que acariciar el cielo con las manos, seducirla poco a poco. Necesitaba un suculento cebo. Podía incluso ofrecerle una rayo de luz, el más potente, y convertirla así en la más brillante de las estrellas. Aunque pensándolo bien, él no quería eso, quería seguir jugando al escondite, no quería que destacara, no quería maquillarla, Ella era bella por su coqueteo, sus guiños, su aura misteriosa, sobre todo por eso, su misterio

El pobre hombre, pobre no por falta de riqueza (poseía ya 3010 estrellas), si no por anemia de sueños cumplidos, lo intentó. Negoció con las olas más poderosas y luego con el viento huracanado para ganar en altura, incluso con los maremotos. Éstos le hablaron de un amigo japonés, él podría ayudarle, pero fue en vano. Su bote construido con resistentes latas de refresco y dirigido por remos de cartón no era lo suficientemente aerodinámico como para alzar el vuelo. Necesitaba una fuerza más brutal.

Preguntó pues a la noche, esa musa elegante que de vez en cuando se paseaba entre las estrellas y el mar intentando seducirlo con su traje de gala. Pero sólo consiguió un ataque de celos que lo ocultó en la niebla durante tres años y diez meses. Cuando la noche reaparació con su elegancia habitual, menos enojada ya, le sugirió que acudiera a la oscuridad. Y así lo hizo. El poder de esta última era mayor y por eso quiso recompensar al marinero. Le ofreció su estrella. La tendría, Ella, sería suya, por fin, y todo por una lata de sardinas. Era el precio que debería de pagar el marinero a una oscuridad ya cansada de tanto trabajar. Y él lo hizo, pos supuesto, cogió su lata de sardinas y se la dio sin rechistar porque la tendría, por fin sería suya, la centelleante inimitable ladrona de su amor al mar.

Así es como desde entonces, si miramos al firmamento en las noches de verano, tras la bruma densa, divisamos siempre bajo una estrella incesantemente parpadeante un marinero ciego, a la deriva, en un bote sin más rumbo que el que dirige la estrella que se refleja en sus ojos. Ella.

-Ridículamente pequeño-

En un porche de esparto y metal un hombre con más pelos de calvo que de perro con su copa de espeso carburante observa con su sonrisa de payaso a las vacas moradas bailar bajo un cielo soleadamente oscuro.
Postik´s en las paredes con letras imposibles y recados absurdos. Una hormiga ridículamente pequeña camina por el apéndice de un libro de chistes verdes mientras el prominente hombre acerca su grasienta copa de pesticida y con sus callosos labios se restriega el liquido. Unas obesas gotas caen por su monticulosa papada.
- ¡¡Cachiliporras!! No doy pie con lechuga- suelta su profunda garganta con voz pitufada.
Observa el vaso por el rabillo de su ojo y lo apoya bruscamente sobre el apéndice del libro de chiste guarros donde se encontraba la hormiga. Está se despide de su ridícula pequeñez con un sonoro “CHOFF”. Mientras, como si jamás hubiese ocurrido ese impresionante suceso, las vacas siguen bailando bailes populares bajo la luz de un orinal.

Extraños personajes - 5 rosas-


Desentonaba. Desde la primera vez que lo vi allí, aquella tarde como otra cualquiera, supe que no era compatible a cuanto le rodeaba. Parecía un romántico como los del libro de literatura, más bien era uno de ellos, por eso desentonaba. No había sitió para él en estos tiempos. Era de una raza extinta.

Con su camisa blanca y su chaleco negro, deambulaba con paso fúnebre entre el gentío enfundado en densos abrigos y cubiertos por aparatosos paraguas. A medida que vagaba por la estrecha calle, la gente lo observaba con una mezcla de asombro y desprecio. Lo escaneaban detalladamente pero, por mucho que lo mirasen no veían nada.

Su negra gabardina, flotaba batiéndose en duelo con el fuerte viento que soplaba mientras la lluvia caía lateralmente sobre su figura. Mientras que por su cara corrían las gotas dibujando finas líneas, en su gabardina se posaban y se quedaban formando miles de diminutas burbujas de agua haciendo extrañas figuras en esta.

Las gotas repiqueteaban contra el cristal y desde mi ventaba observaba a ese personaje de novela y su extraña travesía.
Me fijé que en ese cuadro había algo que desentonaba. Todo era gris, muerto y triste y él iba de luto, pero llevaba consigo un ramo con cinco rosas rojas. Eso es lo que desentonaba. Era como si todo fuese una película en blanco y negro, pero marcado con una pequeña mancha de rojo, intensa y ardiente.

Él siguió andando hasta el final de la calle, se paró en la esquina y se quedó ahí, inmóvil, esperando.

A la noche, saliendo de la cocina divise como aquel romántico seguía allí plantado, completamente calado por el agua. Las rosas se habían ahogado y él seguía igual de inmóvil que cuando me fui.
En el reloj del salón, sonaron las 12, y segundos más tarde empezó a sonar la campana de la iglesia. Ton, ton ton… Ya era medianoche. La única luz que iluminaba al joven, un fluorescente de un ultramarinos cerrado a cal y canto y las luces de los coches que pasaban por la carretera. Él, tiritaba de frío pero, seguía allí bajo la incesante lluvia, esperando.

Entonces ocurrió… Una de las hojas de las muertas rosas se desprendió de la flor y cayó lentamente bailando con el viento y la lluvia hasta alcanzar el frío asfalto de la acera.


No podría decirlo con seguridad porque llovía a cantaros y la lluvia cruzaba su delgada y pálida cara formando ríos de agua pero, habría jurado que momentos después de que la primera hoja cayese y que él se hubiese percatado, una lágrima salió tímidamente y empezó a recorrer su marcada mejilla hasta perderse en sus labios.
Seguidamente, el joven bajó su derrotado brazo, donde sostenía el ramo haciendo que muchos más pétalos se desprendiesen formando un charco rojo como de sangre.

Levantó la vista, buscando, y encontró mi mirada detrás del cristal, observándolo. El agua seguía recorriendo su cara pero, ya no era la lluvia, eran lágrimas. Me miró durante unos segundos y mientras me observaba con los ojos vidriosos, sonrió, bajo la cabeza y dio media vuelta.


Emprendió su marcha por la misma calle por donde había venido pero, esta vez, cabizbajo con el ramo de flores muertas arrastrándose por la acera dejando un rastro rojo.


Desapareció entre las sombras y la niebla que surgía de las rejillas de las alcantarillas y los tubos de escape de los automóviles mientras, lentamente con su fúnebre paso se perdía entre la oscura noche y la ciudad lo engullía.

martes, 29 de julio de 2008

Tejados de Zinc


En la radio, un tema olvidado de los Dire Straits.

Los Dire Straits retumban en mi corazón.

Corazón de ceniza.

Ceniza de un Jueves.

Jueves tarde, un café.

Café cortado.

Cortado a cachos.

Cachos de Arte.

Arte de calle.

Calle de silencio.

Silencio en la sala que no escucho mis pensamientos.

Pensamientos perdidos flotando ante mis ojos.

Ojos de cristal, mi mirada en un espejo.

Espejo de mis defectos, tu mirada.

Mirada azul marino.

Marino salitre pegado a mis ropas.

Ropas arrebujadas en un rincón.

Rincón del recuerdo.

Recuerdo agridulce.

Agridulce espera.

Espera desesperada de esperanza, amor.

Amor; castillo de naipes.

Naipes derribados por un suspiro enemigo.

Enemigo mortal.

Mortal lucidez demente.

Demente estado anímico en una madrugada de mayo.

Mayo de resurrección.

Resurrección de las artes con un bolígrafo azul.

Azul París con grisáceos tejados.

Tejados de Zinc.

Libertad

Me diagnosticaron el “Síndrome del Corredor de la Hoja en Blanco“porque corrí por un documento sin estrenar por no correr hacia tu casa.

Y corrí y corrí y corrí cómo lo hubiera hecho hasta el Fin del Mundo. Corrí hasta que encontré una palabra:


Lejos


Y luego una frase:


Lejos de aquí en, en una remota y escondida región de los Andes, hay un pueblo que se llama Libertad.


¡Hasta un párrafo!:


Lejos de aquí en, en una remota y escondida región de los Andes, hay un pueblo que se llama Libertad. Y no digo se encuentra, queridos lectores míos, porque es tan difícil encontrar la propia libertad que, seguramente, ni él mismo será capaz de encontrarse.


Corrí por una hoja en blanco por no correr hacia tus brazos y encontré en ella un pueblo de caminos negros como la tinta y cielos azules cómo los sueños, la melancolía y la bohemia. En él, fachadas de cal contrastan con el verde esmeralda de las montañas que coronan, presumidas, con prístina niebla sus cumbres de nieve eterna.


Corrí por una hoja en blanco y encontré Libertad. Seguiré corriendo por si algún día te encuentro por el camino.

lunes, 28 de julio de 2008

Una foto de París

París es una fotografía descolorida en un estanco del barrio de La Zaga.
En el mostrador, gordo y sudoroso se apoya un viejo marinero. Un repentino miedo al agua le cerró de golpe la juventud y su negocio en la mar. Dejole desterrado de las llanuras azules del cantábrico, fumando tabaco barato en una pipa roída por el tiempo y desgastada por la vida.
Son las once de la mañana. Domingo.
Como todos los días a la misma hora entra Juanito El chivo a por un periódico nuevo y grita:
-¡Paco, chaval! ¿Qué tal la vida?
-Pues mal, hombre, pues mal.
Dos minutos y Paco, el marinero con miedo a lo grande, a lo azul al agua y al amor, vuelve a dormitar sobre el mostrador y yo, en un banco en la entrada, dejo mis poesías y miro a París. París la hermosa. París la verdadera.
París es una fotografía descolorida en un estanco de la Zaga. La bohemia, un sueño que se destiñe poco a poco entre tabaco y rayos de sol.
El verano se arrastra entre nosotros agobiante y pegajoso, cálido, brea en nuestras manos. Nos inunda, adormece y traga.
París es una foto decadente en un estanco de La Zaga.
Y dentro se oye:
-¡Paco, chaval! ¿Qué tal la vida?
-Pues mal, hombre, pues mal.
Lo de siempre, una vez más. ¿Cuántas van ya? ¿Cuatro? ¿Seis, quizá? Por eso me gusta el estanco. Es tranquilo, repetitivo, previsible… ¿O quizá sea por ella?
Por ella, sí, por ella.
Son las doce de la mañana. Domingo.
Como todos los días a la misma hora entra Louise a por un paquete de pitillos y grita:
-¡Paco, chaval! ¿Qué tal la vida?
Es casi como un santo y seña, una señal clara de que eres de aquí, de que tendrás problemas para pagar pero de que lo sientes. Sabes que la vida va mal. A ti también. Pero lo preguntas. Porque Paco es un buen hombre y tu no le puedes pagar lo que le compres hoy.
-Pues mal, linda, pues mal.
Va a salir. Va a volver a escapar, a desaparecer. ¡No! ¡Nunca! Me pongo de pie, me acerco a la entrada, choca contra mí y… echa a volar. Se convierte en una de las golondrinas oscuras de Bécquer y no mira atrás.
Caigo, como herido por un rayo y contengo mis lágrimas al tiempo que me doy cuenta de que es otra vez ese sueño.
Miro a París. París es una fotografía desgastada en un estanco de La Zaga.

Laztanak



CLAUDINE.- Hagamos el amor

JAQUES.- Pero si eso no se hace

CLAUDINE.- ¿Cómo dices?

JAQUES.- ¿Acaso el amor es made in China?

CLAUDINE.- ¡No! ¡Por Dios! ¡Es por todos sabido que el amor es made in Paris!

CLAUDINE se levanta de la cama, hace aspavientos con las manos y comienza a dar vueltas sobre sí misma cuando JAQUES como si la cosa no fuera con él la interrumpe

JAQUES.- Importar es caro y nuestra economía no anda para muchos trotes

- Arrazoi osoa dauka.

- Erosiko al zenuke maitasuna?

- Ahal banu…

- Isil zaitez mesedez! Jarraitu irakurtzen… Jaques…

- Zure txanda da… Claudine…

CLAUDINE.- Robemos entonces

JAQUES.- ¿Se puede robar el amor?

CLAUDINE.- ¿No se roban vidas?

Lanpara batetik zintzilik ikusi beharreko eszena

Liburua lurrean utzi dute, ohe ondoan abandonaturik.

Biluzik daude. Neska hormari begira. Horma zuria, neska beltzarana eta bien artean bidean galdurik geratu den izara horia. Bere eskubiko zangoa belaunean oso modu elegantean tolesturik ageri da. Ezkerrekoa, ordea, eskubikoaren azpian kokaturik hura sostengatzen du esfortsu handirik egin gabe eta bere muturreko oina bals bat dantzatzen ari da kontrako sexuko oin interesante batekin.

Muskulu pare bat gorago eta neskaren atzean kokaturik, mutila. Hau ere biluzik. Bere eskubiko besoa gorantz hedaturik, baina ukondoan tolestuta, haren muturreko eskuak sensualitate handiz neskaren hile beltza amaiezinekin jolas egin dezan. Ezkerreko besoa, neskaren bularrerantz zuzendurik, toki paradisiako biren bila, tentu handiz, mantso, goxo.

Hasperena.

Neskaren zango batek gune interesgarri bat topatu du mutilaren belaunetik hurbil eta handik buelta bat ematea erabaki du, paseo lasaigarria goitik behera, behetik gora… Bere eskuek mundu berri bat deskubritu dute mutilaren lepotik hurbil, haize lasaigarria eztarri aldean.

Hasperna.

Begiak pixkanaka itxi egiten dira eta gaua despeditzen dute elegantzia handiz. Laztanak amaitu dira. Muxu bat belarrian eta hatzamarren arteko korapilo apurrezina.

CLAUDINE.- Bihar arte

JAQUES.- Bihar arte, laztana

SE VENDE PISO

¿Y si viajase en una hoja de acebo? (son bastante resistentes) ¿y si me colase en la oreja de un elefante? Incluso podría, por qué no, imprimirme en formato Times New Roman. Sería divertido dar vueltas en el interior del ratón de un ordenador. No, mejor aún, acomodarme en un Cd y no parar de girar y girar todo el día. Sí… sería un mareo agradable. Sensacional.

Pero no. Decididamente creo que lo mejor será viajar de una cuerda a otra de una guitarra española. Al son de la música, al compás de unos dedos que me acaricien con dulzura o me punteen con picardía. Eso sí que es amor. Me alojaré ahí. En la excitante melodía de un músico apasionado. Qué mejor sitio para vivir, con lo caros que están los pisos hoy en día. Pasaré las noches de invierno acurrucado en el cuerpo de la guitarra y las de verano en el brazo, observando la luna llena de Agosto por la ventana. Durante el día, cuando la casa esté vacía, me deslizaré por sus cuerdas de tobogán, saltaré de una a otra hasta agotarme y ésa será mi melodía de caída y vuelta empezar, subir y bajar, entrar y salir, hundimiento y escalada de nuevo hasta la cima. Sí señor. Y por las tardes, entonces sí, me deleitaré disfrutando del verdadero arte con sentimiento desatado, el amor hecho sonido que bibrará en mis entrañas intensamente ¡qué agradable sensación! Morir de goce en una canción melancólica de un soñador angustiado.

jueves, 24 de julio de 2008

SobredOsisSentimental

Consciente de mi propia estupidez, me niego a asumirla y así consigo el sufrimiento que lleva de cabeza a mi cabeza al atasco mental. De vuelta al pasado, pasar del futuro, pasado que pasa por delante, para llevarse por delante el futuro ante el presente que los ve pasar y no hace nada. Y se repite una y otra vez, y otra. Y me repite, me entran naúseas, nauseabundas ¡qué asco más rico! Si fuera rico lo probaría. Pero probar y lamentar van de la mano. Probar la menta y pasar a pasar del eucalipto. Y así. Asimilando. Masticando dentaduras postizas nos pasamos la vida. Es bella, no la vida, pero lo es. Porque por qué si no, no si no un no se ha interpuesto en el camino del sino. No siento si siento porque realmente siento no sentir. Demasiado. Sentir demasiado es la perdición de lo perdido. Por eso, te digo, no sientas y así verás como asientas lo que te gustaría sentir. Y te atrapa. Adiós. ¡Dios! Y has caído. Te has ido. Ido. Pirado. Cabra loca. Cobra loca. Cola loca. Coca cola. Coca en la cola. Y mueres por SobredOsisSentimental.

miércoles, 23 de julio de 2008

La Iguana

Un bolígrafo negro, una idea y un café. Y las horas. Y el anochecer. Espero. La inspiración se ríe de mí, en la mesa de en frente, viendo cómo remuevo la taza de droga amarga con mi bolígrafo bic.
“Inspiración” escribo “musa cruel y voluble, se toma un cortado en el bar de la Iguana”
Es una tarde de verano hipócrita. Las luces de la ciudad crean un ambiente gris eléctrico al anochecer.
En la terraza del bar, frente al cantón, la urbe se extiende ante mis pies y el verano se evapora en el asfalto.
En la mesa de al lado se deja escuchar un taptaptap continuo. Olvidé su nombre, pero siempre se sienta en la misma mesa, junto a una farola más vieja que antigua, en su mano un vaso de tónica. Golpetea con el dedo índice un cubilete de dados de cuero, de los buenos. Tras un sombrero gris a la italiana sus gestos de hombre de mundo invitan al transeúnte a hacer una donación a la suerte.
Al otro lado, dos almas perdidas miran embobadas la cintura de Rebeca que, con una pierna dentro de la taberna y otra fuera, tira a los dardos, ausente, indiferente, el pensamiento perdido en campos de trigo. Y en amapolas. Y en golondrinas. Y en cielos azules. Azules, príncipes azules, tejados azules, océanos azules, joyas azules…sus ojos azules. Sus ojos azules, tan cerca y tan lejos…
Nuño es de Santander y jura y perjura que su mirada, de un negro insondable, se truncó azul de tanto mirar a la mar. Esto lo cuenta desde el otro lado de la barra, mientras sirve otro café con leche a Sofía que, ojos fijos en la pared de los lavabos, se lo toma a tragos. No deja de observar la superficie negra, extasiada, mientras sueña con una tiza con la que corromper la perfección de la negrura con mil y un palabras sin sentido. Pensamientos ansiosos. Dibujos y garabatos vanguardistas. Se toma a tragos el tercer café porque sabe que la diferencia entre el caos y el cosmos en su mente no son más que cuatro cafés con leche.
A su lado, Gabriel dibuja tejados y buhardillas en servilletas de bar mirando el reloj de cuando en cuando, ese grillete que le ata a la realidad y le recuerda que tiene que ir a trabajar.
Pero me estoy desviando del tema…veamos…yo me había sentado aquí con un bolígrafo una idea y un café.
Tacho la línea que encabeza la hoja en blanco y vuelvo a empezar:
“Inspiración” escribo.