sábado, 30 de agosto de 2008

4 letras y algo más

Es una palabra dura. Ni siquiera es bonita. Por eso, cuando por primera vez me topé de frente con ella no me paré a saludarla, porque es difícil de conquistar. Hay quien opina que aparece en la vida de uno nada más nacer. Discrepo. Se da a conocer ahí dentro, en las entrañas de la persona a la que nos presentaron un día como Madre. Otra gran palabra, de las de podio. Es curioso cuando uno repara en que tan sólo eliminar una letra de madre y sustituir otra bastaría para completar el vocablo al que me refiero. En absoluto considero que sea un hecho meramente casual.

Fue una tarde de verano. A decir verdad, no me di cuenta de su presencia hasta varios días después, cuando en el metro dejó verse con todas sus letras. Me asusté, al tiempo que moría de placer. Lógico, no hay lugar más adecuado que el metro para que una palabra de esas características comience a formar parte de la vida de uno.

Poco a poco, sus letras fueron tomando una forma más llamativa, atrayente, y el miedo inicial se convirtió en un pánico seductor, casi adictivo. Con el paso del tiempo la obsesión empezó a nublar su atractiva forma y su caligrafía se tornó una seguida de letras mucho menos inocente con traces puramente seductores, le faltaba magia, pero había ganado en poder de atracción, me enganchó, me atrapó y fue costoso escapar de sus garras de caricias excitantes. Ya al madurar y muchos años más tardé, sin perder la intensidad que la distinguió desde un principio, adquirió un tono tierno y apacible y con la seguridad que se gana con el tiempo, tuve el valor de escribirla en una carta que se perderá en el metro, una carta que coloca la palabra que me persiguió durante toda mi vida en el lugar donde le corresponde Estimado Amor:

Too much coffee

Nono entra todas las mañanas en el Café Gijón de la Castellana. Todas las mañanas, apoyando en su bastón sus arrogantes dieciocho lustros reflejados en las dieciocho muecas que él mismo talló pensando que así todo el mundo le creería cuando dijese su edad. Su consumición: un café solo y el periódico, es lo que el camarero le sirve en cuanto ve su encorvada silueta refunfuñona asomarse por la puerta del Café mientras con sonrisa casi burlona le suelta un “Buenos días Don Antonio” Y es que Nono simpre ha sido para todo el mundo Don Antonio, el distinguido abogado, para todo el mundo menos para ella, la mujer de la fotografía junto a la mesa de la esquina derecha del café, la mujer por la que suspiró en sueños y despertó en suspiros. Por eso todas las mañanas vuelve Nono al Café Gijón y clava la vista en una fotografía que a simple vista no es más que el recuerdo en sepia de ese mismo Café, el Café Gijón de Nono, y una foto borrada por dieciocho intreminables lustros.

Por la imagen amarillenta de un Madrid de la posguerra si uno se asoma bien, puede llegar a un Café donde con olor a tejados azules grisaceos le servirán un bohemio café au lait. Se trata del Café Madamme Clochard allá donde comienza o muere, según se mire, la Rue du Calvaire, famosa y sin embargo discreta pendiente del barrio de Montmartre cubierta por una escalinata con una farola raquítica, pero firme, cada cinco o seis peldaños. El Madamme Clochard esconde un indescifrable misterio. Dicen que en su interior las mujeres de rojizos cabellos ondulados de unos carteles del peculiar art nouveau de Alphonse Mucha robaron la mirada enamorada de la joven Pauline en décimo octavo cumpleaños. La chica de zapatos rojos y falda azul tristón, como los vestidos de las musas de Mucha, resbaló en los peldaños de la rue du calvaire al quedarse mirando con especial atención un gorrión que había hecho su nido en una de las farolas de la calle del calvario. El gorrión, de nombre Julien, le recordaba al hombre que un día le descubrió el arte de amar.

Y es que subiendo por la torpemente iluminada escalinata de la rue du calvaire y siguiendo siempre la mirada fija de los almendrados ojos marrones de las musas de Mucha se llega facilmaente a La Iguana, Café éste también y lugar de encuentro de dispares persanjillos de una futura urbe, si Dios quiere, con ambiciones cosmopolitas. Carmen sabe bien que lo mejor de este lugar son sus mesas de aluminio colocadas en la parte exterior junto a la puerta de entrada. Desde allí puede vigilar facilmente a Pintxo, el perro de un hombre de melana de plata gastada atada en una coleta más por comodidad que por sentido de la estética ya que hace más de veintiseis años que no se cambia de pantalones. Carmen no quiere que el mugriento can de ese hombre que se hace llamar Dodó engulla la comida de sus gatos callejeros. Tanto Carmen como Dodó, miran con una esperanza que sin dificultad enontraríamos en la oficina de objetos perdidos, el enjambre de tejados que se extiende a sus pies al fondo de un cantón en el que un sofá de terciopelo que en su día presumía de rojo carmín les invita a sentarse. Pero hoy, como cada tarde, ninguno de los dos osará perderse la maravillosa puesta de sol que se divisa desde el Café La Iguana. Carmen se despintará sus cejas de Edith Piaf pelirroja frente al espejo rayado de su apartamento en el Casco Medieval de la futura metropoli mientras con aire melancólico con sabor a café solo observará la foto de aquel hombre de ley que un día la quiso besar. Dodó, por su parte, jamás tendrá la valentía de bajar el cantón, sabe que aun precipitándose por él y rompiéndose la crisma poco a poco a golpes contra sus baldosines no recuperará lo que un día un gorrión con ínfulas revolucionarias le robó.

jueves, 28 de agosto de 2008

Carteles


La metropoli a las 6 de la mañana. Un hombre y su gorra de baseball verde pegan carteles.
Los carteles rezan: “¿Alguien ha visto a este hombre? (foto) Se llama James Dameson. Cualquier información llamen al…”

Un mes después misma hora. Mismo lugar.
Los carteles dicen: “Urgente. (foto) Cualquiera que haya visto, haya creído ver o tenga alguna información sobre James Dameson, llame rápidamente al…”

Un mes más tarde. Mismas circunstancias.
Los carteles chillan: “Cuestión de vida o muerte. (foto) ¿Sabe alguien algo de James Dameson? Llamar al…

Un edificio de la metrópoli. 6 de la tarde. James Dameson se quita la gorra de béisbol, deja la cinta aislante y mira al teléfono con desengaño. Espera. Suspira. Abre el cajón. Abre la boca y aprieta el gatillo.

Silencio. La metrópoli duerme.

Caos

CaosCaosCaosCaosCaos. Las hormigas nadan por mi cama que de azul es un mar, un océano. En él un arca, un libro, un último reducto de letras en el infinito. Veo la ventana, el mundo. Edificios grises modelo Standard. Criaderos de autómatas y suicidas indecisos. CaosCaosCaosCaos. Odio esas moles grises tras mis cortinas de lluvia.¡Árboles sean! Gruesos árboles, rugosas cortezas.
Juneprus Dios de la vida salvaje,¡Mira! Los pájaros negros afilan sus picos como los guerreros sus espadas al alba. Shap, Shap, Shap. Ante ellos, el campo de batalla. ¡Bruma!¡Niebla! Tragad esa llanura maldita. Batalla inútil, hermanos contra hermanos, sangre contra sangre. Batalla inútil cuando ya se conoce vencedor. ¿Verdad? Tez pálida, media sonrisa de roja insolencia se asoma maliciosa bajo su sombrero de ala de cuervo. Shap, shap, shap. Sonrisa torva de luna llena, arroja una mirada a una ventana. Mi ventana, el mundo, se sonroja y me mira. Y, en mi mente, CaosCaosCaosCaosCaosCaos…