martes, 10 de febrero de 2009

Notremartre

En la calle St Sulpice, en la tercera farola color verde gastado y mientras amarraba a ella una bibicleta lila alguien exclamó “¡deja volar tu imaginación!” Ya lo había esuchcado antes, pero nunca lo había probado. Por eso lo hizo. Su imaginación alzó el vuelo y lo hizo tan alto que chocó contra el cielo azul y se desperdigó en más de mil pedazos. Parte de sus alas fueron a caer en la mesa de un bar donde un par de jarras de cerveza medio vacías descansaban junto a un paquete de cigarrilllos a punto de morir. Ducados. De los que anuncian una muerte de asco en cada calada. Fue entonces cuando Risto exclamó “vive como piensas si no quieres acabar pensando cómo vives” Cogió su dosis de mortalidad y se fue. Justo frente a ellos por el cristal se colaba la imagen de un par de ejemplares de lo que Risto habría llamado artistas bandálicos. Julien y Marcelo se afanaban en acabar de pintar una especie de ojos encerrados en una jaula de colibrí cuando uno de los mil pedazos cayó sobre Marcelo. Su mano comenzó a moverse y creó la siguiente secuencia de letras “La única verdad del hombre es el momento presente” En ese mismo instante Rosalía, la prostituta que hacía esquina junto a la jaula de colibrí, puso cara de sorpresa y enfadada se dirigió a Marcelo “Si la única verdad del hombre es el momento presente, entonces muramos todos porque la muerte es eterna y lo eterno nunca dejará de ser presente” Dicho esto, cruzando sus zapatos de tacón de cuero rojo en pasos sensuales encendió un cigarro y subió hasta la place du Chocolat donde una pareja de enamorados aburridos de su amor miraba ensimismada cómo un gato negro rebuscaba un suculento manjar en la papelera. Ellos también fueron agraciados con un pedacito de ala imaginativa y se dispusieron a practicar el Arte de Amar. Los besos siguieron a las caricias que se enredaron con miradas que morían en la boca del otro para resucitar en sus manos. Al otro lado de la plaza, sentado en un banco pareja de hecho de una farola repleta de publicidad, el hombre al que todos en el barrio llamaban el poeta, pero que en realidad se dedicaba a vender guantes desemparejados sintió la llegada de las musas que tanto anhelaba y sin pensarlo sacó de su cartera las 3000 pesetas que hacía años tenía reservadas para comprarse un billete a Paris donde le esperaban el resto de las musas. Camino a la estación, el poeta se encontró con Rosalía quien, al ver al pobre desdichado, se ofreció a cambiarle sus ahorros por monedas actuales ya que un cliente suyo era fiel amante de los billetes antiguos y seguro le agradecería tres más para empapelar su habitación de curiosa decoración. El cocinero de “Las rosas azul carmín” culminó ese día “muerte de placer” y su mujer a punto de suicidarse en las vías del tren cogió uno que le llevaría Roma donde conocería a Giovanni, otro agraciado con un pedacito de cielo, que le descubriría el mundo de los gelatti y los gatos. Una paloma en una silla de mimbre, un surfista que coleccionaba azucarillos y un hombre que iba por la calle con escafandra por si alguien le robaba el par de zafiros que tenía por ojos. Así surgió Notremartre.

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