jueves, 5 de marzo de 2009

A chocolate

Aquella tarde cuando entró a la cocina, olía a chocolate.
Olía a chocolate sin quererlo, casi con la inocencia de un olor que no es más que el reflejo de todo, que parecía querer decir que él ni siquiera pretendía serlo. Pero olía. Y fue un chispazo de lucidez, un rayo atravesando su mente en blanco, puesta desde las ocho de la mañana en automático.
Chocolate, como una tarde de invierno, como un día oscuro, como un día en la estación. Chocolate, el azúcar por las nubes, las nubes bajo los pies. La tierra tan lejos…
Si no hubiera olido a chocolate no hubiera recordado. Se hubiera quedado en otro momento anecdótico, en un segundo sin importancia.
Afuera hacía frío, un susurro, vaho en las ventanas, aquel susurro, sus labios eran rojos y gritaban a susurros: tango. “Tango” Tango…fruto del recuerdo la palabra cuelga en el olor a chocolate. Y la música. Y tormentas. Un Dos Tres, Tango.
Pero, odioso pero, olía a chocolate, y a palabras escondidas, y a razones sin importancia y a silencio. El silencio. Le rompía los tímpanos el silencio. Silencio, silencio, y por su oreja caía una gota de sangre, se deslizaba por el cuello y se perdía. En silencio. ¿Y el tango? Un Dos…
El tango se perdió junto con el olor a chocolate, por la ventana. Hacia fuera.Blanca se sentó en la silla de la cocina. Cuando entró en la cocina olía a chocolate y ahora por el recuerdo le sangraban otra vez los oídos de silencio.

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