domingo, 26 de julio de 2009

ENCOSTRADO


Daniel estaba encostrado, encostrado acostado y encorvado, todo a la vez, era de esas personas absolutamente capaces de hacer todo aquello al mismo tiempo. Milagroso. Pero volvamos a la situación inicial: Daniel y su costra, su costra en la oreja. Sí, la oreja es un mal sitio para tener costras, como todo el mundo sabe, pero es que la de Daniel era especialmente enrevesada. Sí, la costra de Daniel era de ésas que no le dejan a uno vivir cuando les da por recordar su presencia. Era caprichosa, traviesa y se hacía notar sólo cuando a ella le venía en gana. Solía dar señales de vida por las tardes, a eso de las cuatro, a esa hora en la que Daniel, fiel defensor de las cuatro de la tarde, se acostaba y encorvaba en su cama y sin necesidad de dar al “play” dejaba que su mente se alejara de la habitación tras las notas de un saxofonista desconocido que también fiel defensor de las cuatro de la tarde, todos los días, hacía de la música un arte y del arte un sueño inalcanzable. Entonces era cuando Daniel se encostraba. Parecía que su costra se excitara con la música del saxo y le pidiese a gritos que la librara del recoveco en el que estaba atrapada en la oreja de Daniel para volar por la ventana y alcanzar la melancólica melodía. Aquel saxo parecía llorar, como la costra, como Daniel, pero también parecía querer gritar su pena, como Daniel, como la costra. Cuanta más tristeza se desprendía de cada nota, más fuerte intentaba Daniel librarse de su costra, pero a medida que pasaban los minutos la costra parecía acomodarse, parecía cogerle gusto al recoveco de la oreja y se amarraba a ella con una fuerza violenta, tan poderosa como la nostalgia que entraba por la ventana directa a los oídos de Daniel.

No podía quitarse aquella costra caprichosa, pero no soportaba la idea de vivir siempre pegado a ella, cada día a las cuatro de la tarde comiéndole la oreja, robándole las notas de su canción. Su canción…

Bajó cuatro pisos y cuatro escalones a la hora que todos sabemos. Dio dos pasos, miró de frente al saxofonista que a su vez dio dos pasos y en la unión de sus labios un costra murió junto a una melodía triste; a las cuatro de la tarde.

2 comentarios:

Ainara dijo...

viva el amor!

Anónimo dijo...

¿Por que hablais de costras? A nadie le interesa si alguien tiene una costra en la oreja o en donde sea. Es asqueroso. Dedicaos a otra cosa, por favor. Gracias.