domingo, 5 de julio de 2009

PACIENCIA

Tuvo paciencia, tanta que un día se instaló en su cabeza y no le dejó vivir más en paz. No podía comer, ni dormir, ni jugar a las cartas porque la paciencia ocupaba su cabeza durante todo el día. Atascaba sus pensamientos, había tenido que esperar tanto tiempo... había tenido que dejar de pensar durante tantos días que su cerebro se negaba ya a enlazar ideas, no podía procesar nada que no fuese la espera continua.

Paciencia.

Tuvo tanta y tan terca que simplemente se limitó a sentarse en la silla de la entrada, frente a la puerta, con la mirada fija en la cerradura. La paciencia no le permitía hacer otra cosa si no esperar que en algún momento de su existencia un objeto metálico llamado llave se colara por ese agujero denominado cerradura para mover la puerta. Si aquel conjunto de sucesos tenía lugar, entonces sí, podía hacer que su mente desalojase la paciencia instalada en su cabeza y recobrase la actividad habitual. Entraría por la puerta y él la abrazaría. Tras abrazarla la sentaría en el sofá de la sala de estar y le prepararía un té con leche, como a ella más le gustaba, pero hasta entonces seguiría sentado en la silla de entrada con la paciencia posada cómodamente en su cabeza.

Los días pasaban y su compañera de espera no lo abandonaba, ni tampoco él hacía demasiados esfuerzos para echarla. Cada vez estaba más delgado y llegó un punto en el que el dolor de espalda que le provocaba estar sentado en la silla de mimbre frente a la puerta desapareció para ser sustituido por la insensibilidad total. La barba le creció hasta cubrir casi por completo su cara y en unos pocos días más, en vez de una persona, parecía más bien un elemento decorativo más de la entrada de la casa. La paciencia en su cabeza pesaba ya más que él mismo.

Un buen día de Sol de otoño el conjunto de suscesos que su paciencia y él llevaban esperando tantísimo tiempo tuvo lugar. La puerta se abrió y una mujer entró por ella. Era alta y delgada de cabello rizado y pelirrojo. Llevaba un vestido azul. Como por arte de magia la paciencia huyó por el hueco que había dejado la puerta entreabierta y él, sentado en la silla, hizo todos los esfuerzos posibles por cerrarla para que no volviera, ya no lo necesitaría. Sin embargo, al intentar mover el conjunto de músculos que le permitirían incorporarse algo extraño sucedió. Era como si su cuerpo no respondiera sus órdenes. Intentó hablar, pero no pudo, ni siquiera podía cerrar los ojos. La paciencia se había llevado con ella lo poco de humano que le quedaba. Mientras tanto, la mujer pelirroja miraba a su alrededor como si estuviera buscando a alguien, pero, lo que aquella mujer no sabía era que lo que tenía que buscar no era alguien, si no algo, unos pocos kilos de materia que se apilaban frente a ella y a los que ella misma, sin quererlo, de tanto hacer esperar, había robado los pocos gramos de alma metamorfosizada en paciencia que le quedaban.

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