martes, 22 de septiembre de 2009

VERDE OLIVA DE CORTINA



Las cortinas son verde oliva

Son de aceituna aterciopelada y rasgada

Polvorientas de viento marchito tras la ventana


Las cortinas esconden un mundo de cristal nublado

Son ceguera de otoño invierno y verano

No me dejan ver el espectáculo


Terciopelo áspero de la realidad que esconden


Quiero correrlas

arrancarlas y rasgarlas y abrir la ventana


Y ver

el otoño y el invierno y el verano


Y oler

el verde oliva y el viento marchito


Quiero abrir las ventanas al mundo que muere tras una cortina


Una cortina que enmudece y ensordece


Una vieja y triste cortina verde oliva

lunes, 21 de septiembre de 2009

Confesión

Es la hora. La hora de admitir mi ya no presunta, pero absoluta implicación en la Secta.

Un día de esos en los que el cielo es un balde de pintura azul y el frío hace de nuestras manos trozos de porcelana enlazada tomé el maldito camino, odioso camino de baldosas rojas, desteñidas, que me lleva a la rutina. Salté por encima de todas y cada una de las bocas de alcantarilla, no fuera a ser que bajo el peso de mi humor de plomo se vinieran abajo. Evité cada rastro de primavera, cada brote verde, y posé mis ojos en la caída de las hojas de otoño, en los charcos embarrados, con la esperanza de ver en ellos algo más que melancolía absurda, el comienzo del fin de un año que se acaba. Comencé a ver realidad estática, perspectivas perfectas de la calle que se convierte en camino interminable que se convierte en túnel que se estira, que te transporta por…Por nada. El otoño comenzaba y la rutina era una carcoma hambrienta acurrucada en un recoveco de mi alma de madera.

Lo que yo no sabía es que se acercaba el fin y que ahora tendría el arma sobre la mesa, mis gafas circulares entre las manos y el papel de mi confesión ante mis ojos.

La Secta, como decirlo, ya todo el mundo sabe lo que es aunque nadie se atreva a nombrarlo. Filtros sea quizá la palabra clave. El mundo en su grandiosidad, en su imposible complejidad, hace daño. ¿Nos duele pensar en África?¿En el control de natalidad? ¿En la miseria? ¿En lo poco que queda de moral? ¿Nos duele tan solo pensar? No importa. Establecemos unos filtros que impiden que esa realidad dañina pase de nuestras retinas al cerebro y nos cause un cortocircuito. Pero eso, ya lo sabemos, no es la Secta. Eso lo hacemos todos y cada uno de nosotros. Ahora viene ese momento genial, ese destello de novela futurista. ¿Por qué no construir una sociedad donde los filtros sean compartidos? ¿Por qué no hemos de sentir todos lo mismo? Las mismas aversiones, los mismos miedos, las mismas negaciones….y arroparnos los unos con los otros en un aura de comprensión. ¡Era perfecto! Claro que fuimos unos pocos los que decidimos por primera vez ponernos las gafas circulares y negras y sentir esa unidad de visión, de pensamiento. Gafas, sí. ¿Cómo si no iban a ponernos los filtros? De alguna manera a esta primera fase de prueba del proyecto la llamaron la Secta. Éramos un grupo reducido, que poco a poco crecimos hasta no tener en común más que nuestras gafas negras…y una visión del mundo. ¿Qué más daba si forzada o no? Era unánime.

Ahora, casi todos formamos parte de ella, los nuevos avances han traído lentillas, asociaciones, colegios….ante la confusión, todos nos escondemos tras esos filtros que nos alejan de la realidad del mundo. Pero nunca nadie lo admitimos. ¿Cómo admitirnos miembros del rebaño? ¿Con el orgullo de una tribu? Las verdaderas revoluciones se hacen en silencio.

Pero aquella tarde que tomé la senda de la rutina y experimenté de nuevo el destello de melancolía barata de telenovela que acosaba mi mente encerrada en jaula de cristal, decidí deshacerme de las lentillas por unas horas y salir a cazar perspectivas, calles largas, caminos al futuro próximo, cielos de pintura azul. Porque tras las gafas el cielo es azul claro, las aceras están mojadas y sobre todo, nuestras manos nunca más serán bellas piezas de porcelana enlazadas. Nunca. Y echaba tanto de menos aquel siempre, donde los besos no son actos de pasión, sino de ternura, donde la vida nos es de color rosa, sino de azul Inglaterra. Donde hay algo más que el ahora. Donde un penacho de plumas aplastado en la carretera no es nunca un pajarillo muerto, sino un grito de guerra silenciado. Aquella tarde me quité, por recordar, los filtros de la sociedad, los cristales, y mi alma recordaba, herida y melancólica, sensaciones imposibles. Amor doloroso. Llorar con solo recordar un momento feliz. El sabor del cielo al anochecer. Lo imposible. La agonía de la realidad en otoño.

Poco a poco, llegaba la hora en la que tendría que volver a ver tras mi querido cristal, donde ya no sufriría con fuerza, donde todo era banal…Hasta que vi a aquel niño. Rubio, pequeño, resuelto y miniaturizado. Llevaba un jersey a rayas perfecto en unos pantalones de pana color crema-curso escolar el corte inglés. Estaba gritando. Tenía ocho años y gritaba, no chillaba, gritaba convencido y fuerte hacia sus padres, que paseaban por delante. Gritaba enfadado pero sereno, convencido. Y, con sus dos manitas de cuatro años cada una, se quitó las gafas negras de la cara, de un tirón. Los padres pasaban su mirada horrorizada del niño a mí, estúpido transeúnte en el estúpido momento equivocado, sin poder encajar esa escena, esa rebelión abierta al otro lado de sus ventanucos de cristal, sus gafas redondas, clónicas, montura negra. El niño, respirando agitadamente, sujetaba fuerte las suyas entre sus manitas que se amorataban sobre el cristal. Mientras, miraba al cielo. Me gusta pensar que con miedo a que le cayera una gota del azul sobre su pelo rubio, una gota del azul más fuerte que había visto nunca.

No me detuve a ver el final de la historia, corrí a casa, cerré las ventanas, tomé una hoja del escritorio y ecribí: Es la hora. La hora de admitir mi ya no presunta, pero absoluta implicación en la Secta.

Y ahora ya sé que no es solo la hora de admitirlo. Ahora que tengo la pistola sobre la mesa me dispongo a poner fin a este capítulo fácil en la historia de mi vida con un solo disparo.

PUM

Ahora las gafas están rotas, atravesadas con una bala de plomo. Y la realidad, mi confesión, yace escrita sobre la mesa. Pronto vendrán a por mí, pero para entonces…para entonces ni yo ni mi confesión estaremos aquí. Seguramente para entonces esté recorriendo, deprisa y hacia atrás ese caminito de baldosas rojas, desteñidas, que me llevaba a la rutina, y yo lo desharé entonces hacia lo desconocido.

O no. Ahora llaman a la puerta. Se han dado prisa. Por la ventana. ¡Corre!

domingo, 13 de septiembre de 2009

-Timothy & Lewis "En busca de una estrella".-

Primera parte: El sueño

Hubo una ocasión en la que Lewis se quedó prendado por la hija del Pastor, Hollie, y no tenía otra cosa en la cabeza que poder pasear con ella. Pero, Lewis para si corta edad, tan solo 6 años, sabía que el pastor era un hombre respetable y sabio y que necesitaría impresionarlo con algo grandioso para que le dejase pasear con su hija.

Ese Domingo, durante el sermón del Pastor, Lewis estuvo especialmente atento para conocer algo que le fascinase. El Pastor habló acerca de la creación del universo y de cómo Dios había creado el Sol y las estrellas.
-¡Ya está! Le conseguiré una estrella.-se dijo Lewis.-Eso sí que le sorprenderá.-

El joven Lewis planeó, según los conocimientos que tenía acerca del espacio, que conseguiría llegar a la luna para esa misma tarde. Pronto se dio cuenta de que para tan arriesgada misión necesitaría de la ayuda de su hermano Timothy, dos años menor que él. Y así, los dos hermanos empezaron los preparativos del viaje:

Cogieron el triciclo de Lewis y le ataron un carrito de color rojo donde pegaron pegatinas de rayos para poder coger más velocidad espacial.

Entonces Timothy, que era de los dos el más avispado, se dio cuenta del primer obstáculo que se encontrarían al llegar a la luna:
-El abuelo me dijo que en el espacio por el díxido de carbono la cabeza te puede explotar como un globo de agua.-
-Es cierto.- le respondió Lewis.- A mí también me lo dijo por eso ya tengo un buen equipo de cosmonauta para los dos.
-¿El qué?- preguntó intrigado Timothy
-Nos pondremos unos tapones de masa de maíz en los oídos para que el díxido no entre.
-¿Y que haremos con la gravedad?-preguntó Timothy todavía más intrigado.
-No te preocupes llevo el tirachinas por si aparece.-

Y es que los dos hermanos habían pensado en todo. Para poder atraer a las estrellas cogieron un muñeco de trapo, que se llamaba Oscar. Ya que, días antes, habían escuchado a su padre decir que las estrellas de Hollywood tan solo buscaban el Oscar. Y las estrellas son iguales en todas partes.

Y así, fijaron la fecha del lanzamiento espacial para después de la merienda. Tras comerse dos sendos bocatas de anchoas y coger un bote de mantequilla de cacahuete para poder sobrevivir en el espacio, montaron todos los bártulos en el carrito rojo y Lewis al mando del triciclo espacial empezó a pedalear hacia la luna mientras Timothy empezaba a comerse la mantequilla de cacahuete en el carrito.

Pasaron la iglesia y el ultramarinos y Lewis estaba seguro de que no les quedaba mas que la mitad del camino hacia la luna. Tan solo les faltaba conseguir la suficiente altura para llegar hasta el lugar donde nacían las estrellas.

De repente, a unos metros de años luz, en el arcén de la carretera, Lewis vio algo que le hizo ponerse alerta.

-¡Timothy! Rápido coge mi tirachinas.-
-¿Qué pasa?-
-Allí delante. Es una nave enemiga, dispárale.-
-No pienso dispararle. No es más que el viejo perro de los Wilson. Chispas.-
-Es cierto. Me he confundido a causa del díxido de carbono. Ponte los tapones antes de que nos explote la cabeza.-
-¿Podemos llevárnoslo con nosotros?-
-Está bien. Podrá defendernos de los alienígenas.-

Y así es como un nuevo tripulante se unió a esta arriesgada misión, dirección a la luna, para conseguir una estrella.

viernes, 11 de septiembre de 2009

DE PORCELANA



Ojos de porcelana
Porcelana blanca
Mirada blanca de porcelana

Así eran los ojos de Marionne
Esa chica que vio un sueño
y cuando éste voló alto, muy alto
sus pinceladas verdes azuladas en el iris se cristalizaron.
Y después
Blanco
Porcelana
Frágil

Marionne no pudo volar tras su sueño
y sus recuerdos,
se convirtieron en tazas de café
Blancas
Vacías
De porcelana

De porcelana sin sueños
De sueños sin pinceles
De pinceles sin color

Todo era blanco y frágil
Todo escapaba a su mirada que se rompía sólo con recordarle un sueño
que volaba alto, muy alto
y que en pleno vuelo, cayó

Una taza de café estampada contra el suelo
Mil pedacitos de porcelana blanca
Y entre ellos,
dos
los ojos de Marionne
estampados contra un sueño que voló alto
muy alto.

domingo, 6 de septiembre de 2009

Marfil


Un rayo de sol se colaba entre las hojas y acariciaba los ojos cerrados del niño de marfil, que arrugaba la nariz intentando espantarlo. De vez en cuando, un quejido salía de su boca rosada y parecía asustar un poco al sol. Se escondía tras alguna de las nubes colgadas en el cielo por un momento para volver otra vez, como un mico más de la jungla, a jugar con la blanca criatura tumbada entre hojas de cacao.

Kuma observaba, casi con miedo, casi con curiosidad, el juego del sol. Hacía dos horas que el niño de marfil dormitaba entre las hojas. Era raro, se decía para sí, no podía andar, no tenía dientes…y era como ellos de blanco. Se miró sus manos oscuras y las vio sucias de trabajar. Intentó limpiárselas en el vestido. Volvió a sentir miedo del niño. ¿Era así como se creaban?

Hacía dos horas, mientras recogía cacao, había notado uno de los granos pesado. Grande y pesado. Lo cogió con las dos manos y lo bajó hasta el suelo. Vio que se movía. Un poco. Tenía una grieta de arriba abajo. Kuma había trabajado siempre, desde que tenía memoria, recogiendo cacao a órdenes de los hombres de marfil. Sabía que era mucho más joven que otras recolectoras y poco mayor que otras, por eso creía que era joven. Otras contaban historias de su vida antes de recoger cacao, a ella no le habían dado historias ni recuerdos.

Intentó abrir el grano de cacao y cuando al fin sonó crack, un nuevo sonido inundó la selva: un llanto. Empapado y rojo, un niño lloraba a pleno pulmón desde el grano de cacao.

Kuma había visto pocos niños, pero sabía que para nacer debía haber una madre…o eso pensaba. Ella tampoco recordaba ninguna madre, solo los bosques de cacao. Mientras observaba cómo el niño jugaba con el sol, pensaba que quizá ella hubiera nacido igual y aquel niño de marfil no era sino su hermano. Aquel niño blanco era su hermano. Un escalofrío recorría su cuerpo menudo al pensarlo. Los niños blancos…a veces podía observar niños blancos jugar en los jardines altos. Eran tan distintos a ella…Eran de marfil. ¿Aquellos niños de marfil salían del cacao? Por eso lo recogían... ¿Y si ella también hubiera nacido del cacao? ¿Sería ella también de marfil?

Tomó a su nuevo hermano en brazos y avanzó selva adentro. Si era de marfil, nada podía pasarle. Pasaron los últimos árboles de cacao, los últimos arroyos conocidos, los últimos rayos de sol, las últimas horas de esclavitud y la noche se los tragó, para no devolvérselos nunca más al día.

Encontraron el cuerpo de Kuma al día siguiente, abrazada a un grano de cacao. Menos mal que ella ya estaba lejos, con su hermano de marfil. Andando por una noche sin miedo, porque de eso no se tiene si se es de marfil.