domingo, 6 de septiembre de 2009

Marfil


Un rayo de sol se colaba entre las hojas y acariciaba los ojos cerrados del niño de marfil, que arrugaba la nariz intentando espantarlo. De vez en cuando, un quejido salía de su boca rosada y parecía asustar un poco al sol. Se escondía tras alguna de las nubes colgadas en el cielo por un momento para volver otra vez, como un mico más de la jungla, a jugar con la blanca criatura tumbada entre hojas de cacao.

Kuma observaba, casi con miedo, casi con curiosidad, el juego del sol. Hacía dos horas que el niño de marfil dormitaba entre las hojas. Era raro, se decía para sí, no podía andar, no tenía dientes…y era como ellos de blanco. Se miró sus manos oscuras y las vio sucias de trabajar. Intentó limpiárselas en el vestido. Volvió a sentir miedo del niño. ¿Era así como se creaban?

Hacía dos horas, mientras recogía cacao, había notado uno de los granos pesado. Grande y pesado. Lo cogió con las dos manos y lo bajó hasta el suelo. Vio que se movía. Un poco. Tenía una grieta de arriba abajo. Kuma había trabajado siempre, desde que tenía memoria, recogiendo cacao a órdenes de los hombres de marfil. Sabía que era mucho más joven que otras recolectoras y poco mayor que otras, por eso creía que era joven. Otras contaban historias de su vida antes de recoger cacao, a ella no le habían dado historias ni recuerdos.

Intentó abrir el grano de cacao y cuando al fin sonó crack, un nuevo sonido inundó la selva: un llanto. Empapado y rojo, un niño lloraba a pleno pulmón desde el grano de cacao.

Kuma había visto pocos niños, pero sabía que para nacer debía haber una madre…o eso pensaba. Ella tampoco recordaba ninguna madre, solo los bosques de cacao. Mientras observaba cómo el niño jugaba con el sol, pensaba que quizá ella hubiera nacido igual y aquel niño de marfil no era sino su hermano. Aquel niño blanco era su hermano. Un escalofrío recorría su cuerpo menudo al pensarlo. Los niños blancos…a veces podía observar niños blancos jugar en los jardines altos. Eran tan distintos a ella…Eran de marfil. ¿Aquellos niños de marfil salían del cacao? Por eso lo recogían... ¿Y si ella también hubiera nacido del cacao? ¿Sería ella también de marfil?

Tomó a su nuevo hermano en brazos y avanzó selva adentro. Si era de marfil, nada podía pasarle. Pasaron los últimos árboles de cacao, los últimos arroyos conocidos, los últimos rayos de sol, las últimas horas de esclavitud y la noche se los tragó, para no devolvérselos nunca más al día.

Encontraron el cuerpo de Kuma al día siguiente, abrazada a un grano de cacao. Menos mal que ella ya estaba lejos, con su hermano de marfil. Andando por una noche sin miedo, porque de eso no se tiene si se es de marfil.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Gracias por recordarme que en el fondo de una carpeta guardo una mirada de porcelana...