Tuviste que esperar a que el té se enfriase,
y sin parpadear,
esperaste a ver su calor humeante difuminarse
en la luz tenue de una bombilla agonizante
Inhalaste sin pudor,
el aroma de aquella infusión última,
y espiraste,
los posos de tres o cuatro caricias a una taza
gélida
y agrietada
Tuviste que esperar
a que el sonido metálico de un cucharilla contra tu conciencia,
te rescatase,
de ese rincón de tu memoria,
esa guarida insípida,
en que endulzabas recuerdos con la sacarina de la vergüenza
Pero no esperaste,
a que un guante de algodón rojo en la ventana,
borrase el vaho de tu té entre las cortinas,
tres minutos después de que
el té,
se congelase en tu aliento helado,
más frío
que el mismo invierno que asomaba
tras el vaho de la ventana
martes, 8 de diciembre de 2009
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