sábado, 28 de marzo de 2009

Un mordisquito


Un mordisquito nada más. Eso era, un mordisquito. Mordisquito que se convirtió en gula y ansiedad, en necesidad y desesperación. Uno nada más y Marga comenzó a caer, dulcemente, pero siempre hacia allí abajo, hacia aquello que no conocía y no parecía darle miedo en absoluto. Un bocadito de nada a un pedacito de nube blanca y el mundo dio más de mil vueltas de pronto. ¡Maldito sabor a nada llena de todo! Era dulce caer, la sensación de no llegar jamás al final, la despreocupación total y absoluta. No pensar. No pensó. Pensó en no pensar y lo hizo: un mordisquito tan rico que volvió a pensar: otro y a no pensar de nuevo, y otro más. Cada vez más abajo subía muy alto. Cuanto más caía más sentía que pronto llegaría aquello en lo que no quería pensar, en lo que no podía pensar, en lo que ya no sabía que había decidido dejar de pensar. Pensar… en otro bocadito, otra dosis de cielo envenedada y encantada. Sabrosa y tentadora adicción incotrolable, eso eran sus nubes desde la primera vez que de niña jugó como todo el mundo a proyectar su mundo en ellas. Por eso quería volar y acariciarlas, alcanzar su mundo de allá arriba y para eso lo único que tenía que hacer era dar tiernos bocados deliciosamente insípidos y dejarse seducir por el cosquilleo que la caída a lo alto de su mundo le producía cada vez que sentía el contacto de ese bocado en su piel.

- ¡Rápido! ¡Se nos va! ¡Vamos! ¡Vamos! ¡Reacciona joder! ¡Vamos!

Sublime el mordisquito. Eterno el mordisquito. Delicioso. Insípido y frío entre las nubes allá abajo por fin, en lo más alto.

jueves, 5 de marzo de 2009

A chocolate

Aquella tarde cuando entró a la cocina, olía a chocolate.
Olía a chocolate sin quererlo, casi con la inocencia de un olor que no es más que el reflejo de todo, que parecía querer decir que él ni siquiera pretendía serlo. Pero olía. Y fue un chispazo de lucidez, un rayo atravesando su mente en blanco, puesta desde las ocho de la mañana en automático.
Chocolate, como una tarde de invierno, como un día oscuro, como un día en la estación. Chocolate, el azúcar por las nubes, las nubes bajo los pies. La tierra tan lejos…
Si no hubiera olido a chocolate no hubiera recordado. Se hubiera quedado en otro momento anecdótico, en un segundo sin importancia.
Afuera hacía frío, un susurro, vaho en las ventanas, aquel susurro, sus labios eran rojos y gritaban a susurros: tango. “Tango” Tango…fruto del recuerdo la palabra cuelga en el olor a chocolate. Y la música. Y tormentas. Un Dos Tres, Tango.
Pero, odioso pero, olía a chocolate, y a palabras escondidas, y a razones sin importancia y a silencio. El silencio. Le rompía los tímpanos el silencio. Silencio, silencio, y por su oreja caía una gota de sangre, se deslizaba por el cuello y se perdía. En silencio. ¿Y el tango? Un Dos…
El tango se perdió junto con el olor a chocolate, por la ventana. Hacia fuera.Blanca se sentó en la silla de la cocina. Cuando entró en la cocina olía a chocolate y ahora por el recuerdo le sangraban otra vez los oídos de silencio.