lunes, 27 de julio de 2009

Hacia el sol

Contra todas las leyes de la naturaleza, la hiedra comenzó a crecer bajo de sus pies y, siguiendo a sus pensamientos, pusieron rumbo hacia el cielo, tras el faro que es el sol sobre el lienzo azul de invierno temprano. Por tocar el sol, hacia el sol, hacia el sol… tenía la hiedra en la hiedra, en sus ser, como un pálpito, como un único pensamiento que la condenaba al crecimiento acelerado, siempre hacia el sol, hacia el sol... Contra todas las leyes de la naturaleza, las hiedras crecían bajo sus pies al son de sus pensamientos. Hacia el sol, hacia el sol, hacia el sol…

Y, nuevamente contra las leyes de la naturaleza, de la biología, de la antropología, de la geología, del creacionismo y el evolucionismo, la estatua de Ícaro levantó sus ojos hacia el sol, hacia el sol, hacia el sol, hacia el final de sus alas de cera, hacia el final de su vida y sonrió melancólico. Una lágrima pétrea por una historia. Su cuerpo de piedra por volver a volar hacia el sol. Porque, mientras, los pensamientos de aquel que se sentaba en el patio subían, crecían, trepaban, hacia el sol, hacia el sol, hacia el sol….


Y, con la cabeza enterrada entre sus brazos, con el cuerpo recostado en una mesa de piedra de un patio de piedra, soñaba. Contra todas las leyes del ser humano la naturaleza rompía sus normas por alguien que impulsaba alto a sus pensamientos, que los elevaba, que hacía espirales con ellos y los mandaba hacia el sol, hacia el sol, hacia el sol , con los ojos cerrados y el alma a flor de piel, su ser se elevaba como la mirada de la estatua de Ícaro, hacia el sol, hacia el sol, hacia el sol…


Y cuando llegaron crecían hiedras donde el día anterior no las había, y una estatua derramaba una lágrima de piedra sobre su mejilla. Pero solo vieron el cuerpo del pensador, inerte, recostado en la mesa de piedra, la cabeza entre los brazos…y el alma, con alas de cera, volando hacia el sol.


DULCES SUEÑOS

domingo, 26 de julio de 2009

ENCOSTRADO


Daniel estaba encostrado, encostrado acostado y encorvado, todo a la vez, era de esas personas absolutamente capaces de hacer todo aquello al mismo tiempo. Milagroso. Pero volvamos a la situación inicial: Daniel y su costra, su costra en la oreja. Sí, la oreja es un mal sitio para tener costras, como todo el mundo sabe, pero es que la de Daniel era especialmente enrevesada. Sí, la costra de Daniel era de ésas que no le dejan a uno vivir cuando les da por recordar su presencia. Era caprichosa, traviesa y se hacía notar sólo cuando a ella le venía en gana. Solía dar señales de vida por las tardes, a eso de las cuatro, a esa hora en la que Daniel, fiel defensor de las cuatro de la tarde, se acostaba y encorvaba en su cama y sin necesidad de dar al “play” dejaba que su mente se alejara de la habitación tras las notas de un saxofonista desconocido que también fiel defensor de las cuatro de la tarde, todos los días, hacía de la música un arte y del arte un sueño inalcanzable. Entonces era cuando Daniel se encostraba. Parecía que su costra se excitara con la música del saxo y le pidiese a gritos que la librara del recoveco en el que estaba atrapada en la oreja de Daniel para volar por la ventana y alcanzar la melancólica melodía. Aquel saxo parecía llorar, como la costra, como Daniel, pero también parecía querer gritar su pena, como Daniel, como la costra. Cuanta más tristeza se desprendía de cada nota, más fuerte intentaba Daniel librarse de su costra, pero a medida que pasaban los minutos la costra parecía acomodarse, parecía cogerle gusto al recoveco de la oreja y se amarraba a ella con una fuerza violenta, tan poderosa como la nostalgia que entraba por la ventana directa a los oídos de Daniel.

No podía quitarse aquella costra caprichosa, pero no soportaba la idea de vivir siempre pegado a ella, cada día a las cuatro de la tarde comiéndole la oreja, robándole las notas de su canción. Su canción…

Bajó cuatro pisos y cuatro escalones a la hora que todos sabemos. Dio dos pasos, miró de frente al saxofonista que a su vez dio dos pasos y en la unión de sus labios un costra murió junto a una melodía triste; a las cuatro de la tarde.

sábado, 25 de julio de 2009

Guillermo Bruma

La habitación de Guillermo Bruma eran tres metros cuadrados de remiendos y un maletín de cuero con las iniciales W.S. El maletín era su lugar más querido, donde podía dormir por las noches acurrucado, donde se sentía siempre en casa.

La vida de Guillermo Bruma era un juego de muñecas rusas: un recuerdo dentro de otro dentro de un momento dentro de un disparo de luz y ruido en mitad de la noche o bajo la cama de Casandra. Guardaba todos los recuerdos dentro de la más grande de las muñecas, la más adornada: una identidad.

La identidad de Guillermo Bruma era tan gris como anodina y hacía de escudo protector a una vida de anodinos colores cercanos al gris. Pero distinta. Guardaba su vida de colores apagados bien camuflada bajo otra de matices grises. Los frágiles destellos de color eran su mayor tesoro, porque eran diferentes. Diferentes a la realidad.

La realidad de Guillermo Bruma era el Londres más gris de todos, en el que se prohibía pasear solo por decreto, en el que se denegaba socialmente el derecho a lo inútil, a mirar durante horas a un cuadro de figuras sensuales y se promovían los cócteles frente a obras de arte descafeinadas y desprovistas, arrebatadas de todo sentido en dos líneas paralelas de colores. Era el Londres del comienzo del siglo XXI.

El pasado de Guillermo Bruma estaba guardado en su maletín. A las preguntas de la gente el respondía que en él guardaba momentos.

El presente de Guillermo Bruma era un cuadro de secretismo, su primera muñeca rusa, una trama de callejones sin salida. Sus conocidos murmuraban no haber visto nunca a sus amigos y los amigos se extrañaban de que ocultase quien era su familia.

La noche que desapareció Guillermo Bruma fue una en la que forzaron la puerta de sus tres metros cuadrados de remiendos mientras él no estaba, tomaron el maletín y lo abrieron a la fuerza. De él salieron disparadas mil fotografías en papel, reveladas, cómo antes, en las que la imperfección de la pérdida de color y los seres en movimiento se asomaban por doquier. Pero era otra realidad, y si le hubiéramos preguntado a Guillermo Bruma, seguro que hubiera dicho que una mejor.

En lo que debieron haberse fijado para encontrar a Guillermo Bruma sería en una foto desteñida de un parque enfermo de invierno pero aun en otoño. En el banco podrían haberle visto, descansando, durmiendo. Pero ya nadie se fijaba en las fotos desgastadas, en el pasado del señor Bruma, en esas fotos en las que quedaban atrapados colores. Apagados. Serios. Pero colores.

viernes, 24 de julio de 2009

TE ESCRIBO

Te escribo, te cuento, te comento que detrás de una letra junto otra y si veo que se llevan bien, pues sigo, prosigo y te digo que ahí vienen otro par de letras, parece que continúo, te explico que ya van tres líneas y apenas avanzo. Punto y aparte.
Ya voy, poco a poco, sin prisa, coma, sin prisa, no le vaya a sentar mal ¿dónde íbamos? ¡Ah sí! Íbamos tras un par de letras, vayamos, veamos, otra línea. ¡Vaya! No puedo… quizás otro día…Tres puntos; uno el primero: dos el segundo y tres el tercero.
Retomemos, a partir del punto y aparte, bueno sí, en realidad eso era, es, será, lo que quería decir, escribir, contar, comentar, explicar, en definitiva un infinitivo, definitivo.
FIN
Escribo.
FIN

miércoles, 22 de julio de 2009

domingo, 19 de julio de 2009

Querido Ulises

Querido Ulises,

Ulises,

Deseado Ulises,

Odiado Ulises,

Querido Ulises,


Es tan extraño el destino…Desde esta gasolinera en la autopista A-1 quiero manifestarte mi total agradecimiento por tu huida por tu desprecio por tu desaparición por tu intervención en mi vida.

He recorrido el mundo buscándote buscándome buscando una respuesta y creo que al final la he encontrado. Has sido mi excusa mi aliciente el veneno en mis entrañas de gran ayuda: empecé por buscarte, ansiosa desesperada y terminé encontrándote muerto jajaja fiambre mortal traidor miserable olvidado. Yo sin embargo he ido recogiendo recuerdos por el camino, me gusta pensar que cuando me veas no me reconocerás que te arrepentirás de haber vuelto a Ítaca que no ha sido en vano mi búsqueda y que he encontrado una vida nueva de rouge y charol en la que soy libre para volar en la que soy libre para vivir en la que no dependo de ti.

Gracias a ti he descubierto el mundo y nunca podré agradecértelo lo suficiente, ahora que estás muerto y olvidado.


I wish you where here

Con mi más absoluto odio

Deseosa de no volverte a ver

Gracias de nuevo por liberarme de tu presencia


Calipso

viernes, 17 de julio de 2009

BUSCANDO UN POEMA



Estuve buscando un poema
y me perdí.
Me perdí en mil libros,
en mil almas sin huella.
Mil poemas sin un poema,
mi poema.

Seguí buscando un poema
y me encontré
en una noche sin día
en la que de los árboles,
muertos
caían hojas,
muertas
que hablaban de poemas
muertos.

Retomé mi búsqueda perdida
y me escondí.
Me escondí en un rincón desconocido
de mi vida ajena a mí.
Mi vida vivida por una parte mí,
una parte que dormía en un rincón
donde un poema,
arrugado,
en un papel de servilleta,
emborronado,
me buscaba.

domingo, 12 de julio de 2009

ROSA DE METAL


Tenía una rosa de titanio incrustada en el corazón, en su corazón de hielo.
Una rosa de latidos metálicos que rebotaban en paredes congeladas.

La rosa gritaba. Era un sonido agudo y desgarrador, casi chirriante. La rosa gritaba su desesperación por escapar de su jaula helada.

A veces tiritaba y el calor que producía parecía derretir un poco las paredes que la apresaban, pero no era suficiente, aquel PUM PUM metálico no cesaba, no se aceleraba, no se ralentizaba, siempre el mismo PUM PUM frío y metálico como ella, insensible como una rosa con pétalos de titanio.

La única escapatoria posible podría ser la muerte, pero no, aquella rosa ya estaba muerta por fría de frío, por fría, de metal. La única escapatoria posible era la vida, debía vivir.

Y entonces llegó aquel puñal que hizo del hielo láminas de frío que se derritieron en sangre que cubrió los pétalos de titanio de una rosa roja, de una rosa viva en un corazón caliente y apuñalado, en un corazón vivo.

martes, 7 de julio de 2009

CALCETINES

Diego tenía dos opciones y una decisión que tomar. Los zapatos los llevaba en la mano y los calcetines, rotos, en los pies. Debía decidir si quitarse también los calcetines y abandonarlos junto a los zapatos o simplemente quedarse con sus agujeros y decir que el calzado se le había perdido.

En un día en blanco y negro de frío azul no había lugar a dudas, tendrían que ser los zapatos, ya vería después qué hacer con los agujeros de los calcetines. Buscó un cigarrillo a medio empezar entre los cadáveres que descansaban en paz en el jardín y pensó que no sabía coser, enorme problema en un día de frío azul ¡y sin zapatos! Bueno, eso era lo de menos, los zapatos debían de permanecer lejos de sus pies, eso ya estaba decidido. Olisqueó el pitillo y se sentó en el banco. Claro que no tenía nada que ponerse en los pies, pero… cordones. No soportaba las cuerdas, lo atemorizaban, tener que atarse a sí mismo cada día… era demasiado, algo con lo que no tenía por qué vivir. “Zapatos sin cordones” pensó, claro que de todas maneras no dejaban de ser una carcasa con la que apresar sus pies. No, no era justo tener que vivir montado en unos zapatos, no podría sentir la tierra bajo sus pies, pisar continuamente la misma suela… imposible, inimaginable.

Dejó el cigarro donde lo había encontrado, era tarde ya, había empezado a refrescar y tendría que buscar algún sitio donde dormir. Abandonó los zapatos sobre el banco y empezó a caminar hacia el río en busca de algún puente acogedor, canturreando el canon de Pachabel. Mientras en su cabeza se debatía entre coser los agujeros de los calcetines o tirarlos al río una mujer de cara aterciopelada se le quedó mirando sorprendida. Lo que nunca sabremos es si aquella señora lo observaba porque Diego estaba destrozando la melodía del canon o porque jamás había visto antes a nadie pasearse desnudo y en calcetines a orillas del río durante la madrugada de un cinco de Diciembre.

BALDOSAS ROTAS

Piso baldosas rotas,
vuelo sobre tejados sin techo,
transito noches sin oscuridad.

Camino entre sueños despedazados en mil cristales azules,
rememoro recuerdos sin título,
paso por un presente sin verbo.

Avanzo sin rumbo y busco sin objetivo,
miro sin alma,
oigo sin voz.

Persigo mis pasos atrasados,
escucho el eco de una voz perdida,
arrastro el tiempo para arrancarle sus segundos eternos.

Subo y bajo escaleras
que son rampas,
que son toboganes,
que son tubos entrelazados en curvas imposibles.

Y al final del camino
Nada
Vacío de día y de noche
y de recuerdo y de presente
y de alma y de voz y de tiempo

Vacío de precipicio precipitado
Vacío de mí que se precipita al vacío
Y continúo
Piso baldosas rotas…

lunes, 6 de julio de 2009

Monotonía de lluvia tras los cristales


La profesora lee Machado en voz alta.

Monotonía de lluvia, sí, tras los cristales. Monotonía, sí, entre los escolares.

La profesora borra la pizarra; cadáveres de tiza caen en polvo gris al suelo. Cae el álgebra. Cae Al-Ándalus. Cae todo bajo los pies de la profesora que escribe la rima consonante de un poema que recita con voz asonante.

La profesora lee.

El estudiante se levanta.

La profesora calla.

El estudiante habla. Grita.

De primavera, de flores, de color. De la boca del estudiante salen matices, contrastes, ilusión.

El estudiante rezuma novedad. La profesora le calla con la losa de la decrepitud.

Los colores se apagan y vuelve la lluvia, la monotonía, sí, tras los cristales, sí, entre los estudiantes.

domingo, 5 de julio de 2009

PACIENCIA

Tuvo paciencia, tanta que un día se instaló en su cabeza y no le dejó vivir más en paz. No podía comer, ni dormir, ni jugar a las cartas porque la paciencia ocupaba su cabeza durante todo el día. Atascaba sus pensamientos, había tenido que esperar tanto tiempo... había tenido que dejar de pensar durante tantos días que su cerebro se negaba ya a enlazar ideas, no podía procesar nada que no fuese la espera continua.

Paciencia.

Tuvo tanta y tan terca que simplemente se limitó a sentarse en la silla de la entrada, frente a la puerta, con la mirada fija en la cerradura. La paciencia no le permitía hacer otra cosa si no esperar que en algún momento de su existencia un objeto metálico llamado llave se colara por ese agujero denominado cerradura para mover la puerta. Si aquel conjunto de sucesos tenía lugar, entonces sí, podía hacer que su mente desalojase la paciencia instalada en su cabeza y recobrase la actividad habitual. Entraría por la puerta y él la abrazaría. Tras abrazarla la sentaría en el sofá de la sala de estar y le prepararía un té con leche, como a ella más le gustaba, pero hasta entonces seguiría sentado en la silla de entrada con la paciencia posada cómodamente en su cabeza.

Los días pasaban y su compañera de espera no lo abandonaba, ni tampoco él hacía demasiados esfuerzos para echarla. Cada vez estaba más delgado y llegó un punto en el que el dolor de espalda que le provocaba estar sentado en la silla de mimbre frente a la puerta desapareció para ser sustituido por la insensibilidad total. La barba le creció hasta cubrir casi por completo su cara y en unos pocos días más, en vez de una persona, parecía más bien un elemento decorativo más de la entrada de la casa. La paciencia en su cabeza pesaba ya más que él mismo.

Un buen día de Sol de otoño el conjunto de suscesos que su paciencia y él llevaban esperando tantísimo tiempo tuvo lugar. La puerta se abrió y una mujer entró por ella. Era alta y delgada de cabello rizado y pelirrojo. Llevaba un vestido azul. Como por arte de magia la paciencia huyó por el hueco que había dejado la puerta entreabierta y él, sentado en la silla, hizo todos los esfuerzos posibles por cerrarla para que no volviera, ya no lo necesitaría. Sin embargo, al intentar mover el conjunto de músculos que le permitirían incorporarse algo extraño sucedió. Era como si su cuerpo no respondiera sus órdenes. Intentó hablar, pero no pudo, ni siquiera podía cerrar los ojos. La paciencia se había llevado con ella lo poco de humano que le quedaba. Mientras tanto, la mujer pelirroja miraba a su alrededor como si estuviera buscando a alguien, pero, lo que aquella mujer no sabía era que lo que tenía que buscar no era alguien, si no algo, unos pocos kilos de materia que se apilaban frente a ella y a los que ella misma, sin quererlo, de tanto hacer esperar, había robado los pocos gramos de alma metamorfosizada en paciencia que le quedaban.

sábado, 4 de julio de 2009

JULIO

A Julio le robaron 3 días
Tres días de su larga vida de 31
Una vida larga y viva y púrpura y a veces, azul

Le robaron 7 días más y perdió una semana
Una semana violeta con 2 días amarillos
Y sólo le quedaban 18 días

Un día el viento arrancó 5 días del calendario
Otro, el granizo apedreó el último fin de semana
7 días de mal tiempo, menos tiempo

Del los 11 días restantes 4 se perdieron en el tiempo perdido
Hubo 2 días naranjas que se derritieron por el calor
Y otros 3 decidieron tomarse unas vacaciones blancas

2 días
A Julio le quedaban 2 días y se deshizo de 1 por festivo

1 día
Julio era un día
Julio era hoy
Julio era ahora
Julio era púrpura y a veces, azul