lunes, 31 de agosto de 2009

miércoles, 5 de agosto de 2009

¿Cómo llegar?

Me dijiste que para llegar tenía que seguir la calle que sube hacia la catedral, hacia el centro de la antigua urbe, el centro de la ciudad que suspira por el título de metrópoli.

Desde allí, debía tomar el callejón que baja entre macetas, ese callejón con las paredes desconchadas y balcones enrejados de plomo. El plomo deja polvo negro sobre los pétalos blancos de los lirios y las ventanas tienen cuartillos cerrados. Algunas llevan carteles de cerrado o de juro que volveré. El callejón serpentea, lleno de adoquines rotos, pero no debía desesperar, siguiendo hasta el final, llegaría hasta los trigales.

Los trigales son mecidos por el viento de la meseta castellana, un soplo de flauta. Parecen no terminar nunca. El cielo se asoma también, celeste e infinito sobre las espigas, que, verdes, cantan con el ritmo de la juventud. Entre ellos hay un camino, una senda que los separa de un campo de lo que para agosto serán girasoles. Había de seguirlo hasta una poza de aguas turbias que me regalaría tu reflejo.

Frente a la poza hay una casa que parece arrancada del callejón. Se acurruca, blanca y desconchada entre las espigas de trigo verde. Dentro encontraría una fuente de manzanas frescas para recuperarme del camino. Después, siguiendo el aroma de la brisa del mar hasta el primer piso llegaría hasta el balcón de la habitación de la izquierda. Frente a mí hallaría otra explanada distinta a la meseta, algún lugar del mediterráneo. Podría bajar las escaleras y disfrutar del mar.

Pero yo querría continuar, así que tendría que subir al desván, y, entre los baúles apilados del fondo, encontrar uno azul. Debía abrirlo con cuidado y bajar las escaleras de madera de la torre de hormigón que hay tras la tapa del baúl, hacia abajo. Me encontraría a la orilla de un río, en el corazón de un bosque.

Aquel era el camino, pero como yo sé que nunca hay uno solo, que mil de ellos llegan a Roma y que algunos de ellos se hacen al andar, tomé el tren hacia Trinia, donde crecen los claveles más hermosos.

Mientras el tren se desliza sobre el mar de pétalos rojos de Trinia sé que no fallaré, que con tallos de claveles rojos construiré el camino y no tardaré en llegar por mi propio pié al río en el bosque, a tu corazón.