martes, 27 de octubre de 2009

-Oda al Libro.-

Cuando un libro es abierto,
ningún sueño queda
a la intemperie del olvido.

Es el lugar predilecto,
el llamado hogar,
donde la memoria de la esperanza de unos pocos
quedó plasmada.

Esperamos un amigo,
un confesor, un apoyo,
Y solo requieren calor,
consideración y un poco de amor.

Los sueños,
enormes en el corazón
y fugaces en el tiempo,
pronto no serían más que recuerdos borrosos
en una alcoba seca,
Seca, seca y reseca,
vacía de amantes temerosos de su timidez,
sino fuese por éste,
¡Elo aquí al culpable!
El libro.

No se atrevan pues, a decirme
que un libro no es más que un cúmulo de historias.

Si escribo,
no es sólo por el afán egoísta,
desesperado
y quimérico
de ser recordado:

Mi yo.
Este yo infinito.
este yo que me siento,
que me temo,
que me limito.
Como creo recitar
del maestro Don miguel.

Sino,
por la esperanza, la corazonada,
de que mis sueños no sean fusilados
cuando la brillante guillotina del tiempo
caiga sobre mi pescuezo.

Y así,
yo escribiendo
y ustedes conociendo,
recordemos
el verdadero valor del libro
Y del hombre.

Los hombres, por lo tanto, señores míos,
no somos más
que el instrumento para tan honrosa empresa.

Y los libros,
no son más que escritos,
cápsulas en el tiempo,
para que los sueños
no se mueran de frío.

-Cama 2261.-

-¡Ojú! ¡Mira hijo!-

Yo me levanto y me calzo las zapatillas de andar por casa. Es una de esas pequeñas cosas que hacen que este lugar no sea tan frío y estéril. Poder traerte las zapatillas, me refiero.
Cruzo mi cama y la cortina separadora, y allí está, en su cama, panza arriba con una bata azul y agitando las piernas.

-¡Mía! ¡Mía cómo muevo las piernas!- y sonríe.

De joven se le deberían formar hoyuelos en las mejillas al sonreír pero tras toda una vida trabajando en el campo, las arrugas son la marca distintiva del tiempo. Una marca a hierro vivo.

-¡Ehto e un milagro! ¡Obra de la virgen! ¡Ojú! ¡Qué ante, no podía de moverme, y mía ahora! Ehto ha sío la virgen.-

¡Qué acento más cerrado tiene el condenado! De Granada es mi compañero, y 74 años lleva a cuestas, que se dice pronto.

-Mañana, cuando te den de alta, a mí tambié me lo tendrán que dar. Y salimo lo do juntos y sin el tacataca.- dice entre ojús, vivas la virgen y sin parar de pedalear el aire.

Según me ha contado, hace unos días estaba trabajando tan normal en la huerta, sin problemas. Cogió la bicicleta y cuando fue a bajarse, le agarró la pierna y el brazo.

-¡Qué milagro! ¡Ojú!- le brillan los ojos entre las arrugas, las cejas poco pobladas y las bolsas de los ojos.

Me pregunta a ver si estudio, y me cuenta que su nieta está en San-Sebastián estudiando medicina.
Él no sabe ni leer, ni escribir. Tan poco sabe que le causa el dolor. Los médicos tampoco. Lo tienen atiborrado de calmantes pero no le hacen pruebas. Él solo sabe del campo y yo, su nombre. Se llama Francisco.

“Desde la ventana del hospital no se ven los campos donde yo crecí” Pensará cuando se queda colgado mirando a través de las persianas.

-¡Obra de la virgen! ¡Ojú! ¡No vé! ¡Mía cómo muevo las piernas!-

Y yo lo veo pedaleando en una bicicleta roja,
con la bata azul,
por una caminito de grava
entre los campos de Granada.

Es la una de la madrugada en una habitación del hospital de Txagorritzu, el cielo está naranja y un anciano nacido en Granada, de nombre Paco, pedalea en el aire tumbado en la cama sonriendo, y yo a su lado no para de reír de alegría.

Lo dicho. Quizá, y por obra de la virgen, salgamos los dos juntos del hospital sin ayuda del tacataca y en bicicleta.

viernes, 23 de octubre de 2009

Tú siempre.
Tú absoluto.
Tú y tus tus
Yo y mis mis.

De pronto todo son tes y mes
Adiós nos
Vos adiós

Y allá en la Argentina…

Conocés mejor que nadie
Os conocés ché!


Yo sigo con ti
No con vos

Otros
Vos y otros los tiempos del tú

Tú siempre.
Tú… absoluto.

jueves, 22 de octubre de 2009

Gris oscuro y la niña de Picasso


Comenzó anteayer. Anteayer cuando Susana tomó gris oscuro para dar la última pincelada al cuadro. En circunstancias normales, no hubiera ocurrido nada. Pero, ¿qué circunstancias son normales? Noches sin dormir, el tiempo que se acaba. El deber de darle cuerda a un reloj que no existe. Las últimas palabras de Yesabel sobre el tocador 32:

“My pen is bleeding every bloody drop of gin I ever drunk in your honour…”

El sonido de sus tacones grabado en el tablado del escenario y mi mirada que se perdía en el infinito cada vez que derramaba la botella de ginebra sobre una carta de amor.

“…now suffer the course of trying to transform into words all the silence my pen lets go.”

Susana terminó el cuadro azul que me dejaría como recuerdo y lo hizo con un brochazo de gris oscuro.

Yesabel, actriz de cabaret, dio su último espectáculo ayer noche para después desaparecer. Era la función de todos los días, todas las noches. Era la función de los seres perdidos en la noche, como yo. Y el rojo se esfumó con ella de mi vida, trayendo el gris oscuro del último tono de color de Susana.

Era un cuadro conocido, la niña con el vestido azul y la paloma a la que Picasso hizo dejar su pelota para mirarle, tímida. Pero la niña ya no miraba tímida, sonreía, y dejaba volar la paloma blanca hacia el cielo.

“Es precioso”, dije

“Deja que se seque, mañana te lo puedes llevar.” Se giró hacia mí “Sabes que puedes venir cuando quieras, ¿verdad?”

“Sí” Pero no conseguía apartar mis ojos de la paloma y el vestido de la niña. En el aire. Todo era nuevo, cada movimiento. Cada sonrisa de la niña era nueva para el mundo. Recordaba cuando era pequeña y deseaba ser la chica del vestido azul. Sentir el palpitar de la paloma en mis manos. Deseaba echar a volar con ella. Sin embargo, por alguna razón, la niña del vestido azul no echaba a volar.

miércoles, 14 de octubre de 2009

-Geografía.-

No puedo.
Me es imposible.
Intento estudiar geografía,
mas leo poesía.

La geografía es un divertimento,
carente de sentimiento.

En cambio,
La poesía es algo gordo,
que da mucho morbo.

No, no y no.
Inconcebible.

Puede que tengan parecidos,
lo admito:
La curvatura de la serranía
con la de la palabrería.
Los desniveles de los picos
con la importancia de los hitos.

Leo teoría
como si se tratase de poesía.

Mas NO,
No se puede comparar.

Quien lee poesía
como si de un mapa litológico se tratase,
no es más que un zopenco
que llegará al gobierno.

Y en mi caso,
quien estudia geografía
como si versos de Lorca se tratase,
llegará al cero,
si se terciase.

lunes, 12 de octubre de 2009

-Ser.-

Cerró la puerta con llave y se sentó en el colchón.
Su dormitorio era pequeño y de escaso mobiliario: Una armario empotrado, una mesilla con una lámpara de noche, un reloj despertador y una copia de poesías completas de algún autor germánico.
La cama individual estaba tapada por una colcha de color rosa pálido y una silla se situaba contra la pared con un par de camisas dobladas sobre el cojín, junto a una minúscula televisión de color ocre.

Perforando el silencio estático de la diminuta estancia, se oían las agujas del reloj despertador segando los segundos como una guadaña sobre un campo de trigo.

Se sentía. Notaba su yo. Como una viscosidad casi líquida que se escurre entre los dedos mas no puedes apresarla y que deja un pegajoso y maloliente rastro en la mano. Fluía de existencia pesada, de su yo, atrapado en el pecho.
La pura existencia sin placebos ni somníferos. Ese pesado yo, que sientes y piensas, y que se nota como una piedra en el estómago.

Tras reflexionar un rato, llegó a la inevitable conclusión de que ante la imposibilidad de zafarse de ese pensamiento que le llevaba persiguiéndole desde el mediodía, su cabeza, único miembro con dos dedos de frente, se separaría del cuello y se marcharía por la puerta con tal de no seguir escuchando el repiqueteo de ese antojo mental.
Dejando así, un cuerpo decapitado, ataviado con un traje de lino reposando sobre un colchón magullado.

viernes, 9 de octubre de 2009

EXCUSAS PARA ESCRIBIR PAPIROFLEXIA

Diana, que vivía dentro de una bombilla tenía un libro en la mochila. Un aburridísimo libro de un autor consagrado con el que nunca le apetecía matar el tiempo. Así que Diana pensó y claro, que remedio, se iluminó. Arrancó una hoja de aquel libro plomizo y tosco, la dobló y la volvió a doblar. Se le antojó que aquello podía ser un pájaro y lo echó a volar, pero cayó al suelo ardiente de la bombilla y se quemó. Así que cogió otro pedacito de papel y lo plegó varias veces más. Esta vez el vuelo fue más elegante, aunque breve, y el pájaro se estrelló de nuevo para correr la misma suerte que su antecesor. A aquel autor consagrado poco le podía importar lo que Diana hiciera dentro de una bombilla, por eso siguió deshojando el libro. Se le ocurrió que cuantas menos hojas tuviera le costaría menos trabajo leerlo. Y continuó. Y sí, amigo mío, así se inventó la papiroflexia. Pero no creo yo que esté descubriendo nada que no se sepa. O ¿es que nadie se ha fijado en los pájaros de papel que vuelan alrededor de los filamentos de las bombillas?


- Sí doctor, lo sé. Usted es psicoanalista y no se encarga de dolencias o son ¿turbaciones? No sé, inquietudes como la mía, pero…es esa palabra…No vivo doctor, ya no. Me enloquece, de verdad se lo digo. Es escucharla y acto seguido mi mente comienza a trabajar aceleradamente y no, no puedo parar. No son drogas, no, doctor. La ketamina me producía otra sensación. Esto es algo más profundo y mucho más exasperante, es insoportable doctor. Si pudiera arrancarme esa palabra, no sé, alguna terapia de shock. Dígame, se lo ruego, una palabra que me provoque la sensación contraria, no, no, no quiero un antónimo, bueno sí, un antónimo sí, pero de la sensación que me provoca. Quizás si le pregunto a Diana… puede que ella me ayude, aunque creo que anda ocupada. No lo sé doctor, ayúdeme. Sí, la palabra, sí… Es… Es… papiroflexia.

“ Y la noticia que ahora les vamos a relatar les dejará boquiabiertos: Un psiquiatra de Barcelona enloquece por apuntar la palabra papiroflexia en el informe de un paciente. El doctor, de nombre Diana, rompió una bombilla al chocar contra ella con el pájaro de papel en el que viajaba. A causa del impacto el arte de la papiroflexia se expandió por tierra, mar y aire. Y ahora nuestra compañera Amelia nos hablará de…”

Tenía que coger un papel y un bolígrafo y escribir algo. O eso le habían dicho. Pero él no era demasiado dado a tales menesteres. Un papel, un boli y letras… letras… No le gustaban, concretamente algunas de ellas, por ejemplo... la “t”. La detestaba. “Lógico que la palabra detestar lleve dos “t”s” pensó. Y siguió descartando letras. De mala manera las expulsaba de su papel a medida que las letras, indefensas, trataban de saltar de su cerebro a su forma escrita. Había letras realmente horribles. Finalmente se decantó por unas pocas; nueve concretamente. Las dibujó en el papel y las ordenó a su antojo, también repitió alguna a la que había cogido especial cariño. Luego cogió el mismo papel y lo dobló. Aquello era todo lo que tenía que escribir. Después lanzaría la palabra al aire porque estaba seguro de que Diana desdoblaría aquel pedacito blanco de ingenio y… seguro que a ella se le ocurriría qué hacer con él.

Papiroflexia, leyó.