miércoles, 17 de febrero de 2010

-Ayer soñé que moría.-

-Ayer soñé que moría. Me desperté empapado en sudor y con la necesidad de verte.
No importa lo que pasó, no quiero estar enfadado contigo para siempre.

Ella se le quedó mirando, con mirada fría e inescrutable y le preguntó cómo moría en su sueño.

-Prefiero no hablar de ello, era inquietante y al mismo tiempo yo parecía tranquilo y contento.

Ella empezó a pasear y él la siguió. Le preguntó por María.

-Está bien, gracias. Se ha quedado dormida abrazada a mí. Desde que nos dejaste ella ha sido un gran apoyo y siempre que estoy con ella me siento feliz.

Ella dijo que ya lo sabía y él se inquieto.

-¿Cómo es que lo sabes?-

Ella le dirigió hasta su casa donde encontraron a María dormida sobre las rodillas de su abuelo. Se encontraba sentado en un sillón con los ojos cerrados, con una pipa medio consumida en la mano derecha y el libro “Opiniones de un payaso” de Heinrich Böll abierto, apoyado sobre el pecho en ese fragmento que dice:

“Noto una sensación parecida de sublime vacío, a veces, al jugar a la oca, si el juego dura, tres, cuatro horas bastan los ruidos, el traqueteo de los dados, el golpear con la ficha que adelanta, el choque de dos fichas. Conseguí que Marie se apasionase por este juego, a pesar de que ella siente más afición por el ajedrez.”

Entonces él se quedó mirando y su tez se volvió pálida, había resultado no ser un sueño.

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