viernes, 12 de marzo de 2010

Petit Marlbrough

El 14 de Enero del 1958, murió Haumphrey Boggart. No es que tuviera excesiva relevancia ni que el mundo fuera a explotar como una carga de TNT junto a la chimenea. A ella, simplemente, le gustaba recordar de vez en cuando su media sonrisa y pensar que los inmortales no lo son tanto y que los mortales pueden aspirar a serlo.

La vigésima vez que recuerda la muerte de Boggart Sybilla está sentada en su tea shop favorita en los suburbs de Wichitah, el hoy desaparecido York Town. Esta primera vez que oímos hablar de Sybilla nos seduce la idea de una mujer acomodada, sencilla, que piensa en Haumphrey Boggart con un trozo de tarta en la mano. Pero, desgraciadamente, Sybilla no toma tarta, solo café cargado y no mata las horas arreglándose banales sombreros sobre el pelo enlacado. Siento tener que arrebatar al lector la idea de una mujer de tea shop y entregarles a la verdadera Sybilla, cuyas mejillas se hunden entre su flequillo de lana sepia, grisácea, mientras se acerca a la boca la taza de café. El olor juega travieso con el vello de su nariz (grande, estrecha, hermosa, altiva un monumento a la personalidad estética) para dar un disparo certero al cerebro, que se vuelve loco en descargas.

Esta mañana de Martes, a las siete de la mañana, Sybilla piensa en Haumphrey Boggart y nota como un cosquilleo baja por su espalda hacia el nacimiento de sus muslos. Siente como se le pegan las medias azules a las piernas en un arranque de calor y cierra los ojos. Suspira.

Sybilla olvida por un instante a Boggart y el aroma del café para fijarse en la primera plana del periódico. Nada interesante. Si los periódicos editasen cosas interesantes, hablarían a diario del Petit Marlbrough, el pequeño escenario de Madame Saint Cailluoux en the old town, en Douglas Avenue. Mejor dicho, al lado de Douglas Avenue. Aun mejor, en un callejón extensión de Douglas Avenue.

Ya absorta en el Petit Marlbrough, cerró los ojos una vez más, ya no para recibir descargas entre las piernas desde su cerebro ebrio de miradas made in Boggart, sino para situarse en el centro del escenario. En silencio. Se sienta, está desnuda, pero bañada en negro. Entonces comienza la música.

“¿Más café, querida?”Sybilla abre los ojos grises a través de las gafas y sonríe. “No, Martha, cariño, está perfecto. ¿Qué tal Louise? ¿Ha escrito ya?” “Si a esto se le puede llamar escribir…”

Martha es una figura encorvada antes de tiempo, una venganza del tiempo a la genialidad. Se escurre, porque Martha no anda, se escurre, escabulle, desaparece hacia la trastienda de su tea shop y vuelve con un sobre de franqueo trasatlántico, con esas líneas rojas y azules que hacen murmurar a las vecinas. ¿O era su sujetador de líneas rojas y azules lo que hacía encenderse las mejillas de Miss Dott? Sybilla piensa que basta de café, mira a la taza y recuerda que lo que en realidad escandalizó a Mr Dott fue que saliera a recoger el correo en sujetador y con calzoncillos de hombre.

“No tiene remitente” Martha se ha sentado a su lado, aun no hay muchos clientes. “Pero sé que es ella” La letra es inconfundible, añade Sybilla, mierda.

“Querido antes, infancia, pasada, vida,

Ayer morí.

Visité la ciudad de las grandes avenidas y la de las grandes torres.

Averigüé que Le petit Marlbrough es una canción Francesa y decidí que no me iba a la guerra con ella.

Noté manos en mi nuca, empujones en mi pecho, una mirada a mis espaldas.

Sentí que el mundo lo sabía. Sentía que la vida se escapaba por mi mirada y quería ser mundo y saberlo todo.

Ayer morí.

El fénix renace de sus cenizas.

Le di mi vida a Noelia

La expulsé de mi corazón y se la pasé a sus pulmones de hada.

¡Cuida de mi hada, ziatka!

Yo soy un alma en pena.

No como, no vivo, vivan las rosas en el Sena, los tulipanes en el Támesis.

¡Cuida de Noelia, Ziatka, y enséñale a volar!

Te amo como los peces aman el agua, Martha.

Pídele perdón a Marlbrough porque no iré a su guerra.

Louise

Sybilla se quita el pelo de lana de delante de los ojos. Mierda.

“¿Sabes tu quien es Ziatka?” “Yo soy Ziatka, Martha” Yo soy el pájaro. Sybilla cae en un torrente de recuerdos y se acuerda de cómo Loise, con lágrimas en los ojos, disparaba una bala de tinta roja sobre el pájaro negro que bailaba desnudo sobre el escenario. Y la música, el xilófono, el disparo, un Gong. Y cae la tierra, cae el equilibrio, muere la felicidad porque matamos la libertad, llora Marlbrough en los vestuarios. Hay que hacer la guerra. ¿Y, cómo? La cara del indio, porque Marlbrough es ya hombre, un hombre de unos veinte años con sangre Lakota, la cara del indio es una sonrisa de Haumphrey Boggart. Nos acerca a una revolución. Y Louise llora por haber matado a Ziatka, el pájaro, la libertad. ¿Noelia?

“Martha, Noelia…” “Noelia es su hija. Pensé que volvería para dar a luz…” Martha trata de no llorar, sus articulaciones son nudos de árboles. Al fin, mira a Sybilla.”No va a volver…”

Las dos mujeres estrenan la mañana del sábado cogidas de la mano. Sybilla, en cierto modo, podría imaginar el futuro. Adivina la aparición de Noelia en los brazos de una desconocida turista Europea que cree estar haciendo un favor a una pobre heroinómana, la pena de Marlbrough…Pero ella seguirá bailando desnuda, pintada de negro, sobre el pequeño escenario de la madrastra de Malbrough. Cuando la niña tenga cierta edad se montarán en un autobús y volarán a Nueva York, porque no se puede aprender a volar en Wichita. En el viaje en autobús le contará a Noelia que, si lo intentan pueden ser inmortales, y no como Haumphrey Boggart, que murió en el cincuenta y ocho, sino de verdad.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Jamás llegó a los brazos de Thomas, ya que sus mundos eran distintos.
Jamás llegó Thomas a ella,
ya que en el aire desapareció, desvaneció,
esfumó sin dejar pistas,
marcas,
ni una mísera migaja.
Sybilla jamas llegó,
ya que en la mirada de Bogart se perdió.

Sergio Rejado Albaina dijo...

Estimados poetillas,
Me embarco hoy para Groenlandia. Si no puedo mantener contacto por allá, prometo un gran informe a la vuelta (en dos semanas).
Un abrazo!

Sergio

Jorge dijo...

Hola Ainara te regalo parte de un poema que hice hace pocos dias.



(Hablando a un cartagines)

Pero no importa, cartaginés:

Tú seguirás velando al poema
que quiere ser poema,

pero sólo llegará a ser una de tantas,
casi olvidadas por la mano de Dios,

¡Guerras Punicas!.




*

Un beso. Jorge

Jorge dijo...

Hola Ainara, te regalo una parte de un poema que hice hace unos pocos días.

*


(Hablando a un cartagines)

Pero no importa, cartaginés:

Tú seguirás velando al poema
que quiere ser poema,

pero sólo llegará a ser una de tantas,
casi olvidadas por la mano de Dios,

¡Guerras Punicas!.


*


Un beso. Jorge