viernes, 24 de septiembre de 2010

Dime

Dime que nunca sentiste ese hilo recorrer tu espalda

Dime que no permites a esa araña dejar su estela de filamento invisible hasta alcanzar ese punto pleno

Dime que jamás te dejaste poseer por el embrujo dulce y ascendente de ese escalofrío peligrosamente placentero

Dime que un día, sin aviso, no fuiste capaz de liberar tu conciencia recta o lanzarla por el trampolín de la incertidumbre exquisita, para descuajeringarla contra las olas de la seguridad

Dime, pues, que fuiste cobarde, incapaz de contar a tus sábanas que realmente amas la música de las baldosas cuando bailan bajo la lluvia

Dime que un rumor suave y fresco de pureza no trepa desde lo más íntimo de tu anatomía hasta lo más recóndito de tu alma, cuando esa chica tiende su vestido azul frente a tu ventana

Dime qué es para ti caminar descalzo entre ropas de cuerpos que tú mismo deshojaste a media luz

Dime que no eres viento huracanado brotando en una ola de incontenible locura cuando un olor a infinito y ámbar envuelve ese beso

Dime que el hilo transparente de tu espalda se recoge en un ovillo que devana engaños en tu memoria y después

Sin demasiado esfuerzo

Con labios fríos de palabras verdaderas de yeso

Dime adiós

martes, 21 de septiembre de 2010

La ciudad de las casas tuertas

Click me!-¡Clickame!-klik egin!-etab.

lunes, 20 de septiembre de 2010

Escribirte (a ti) II

No logro escribirte. Lo intento, pero es inútil, no puedo. De pronto los puntos son tus pecas, las de la espalda y llego a tu barbilla escalando paréntesis, uno sobre otro. Si al menos pudiera descolgarme de las comas, que son tus rizos de pronto. Pero no puedo, lo siento, perdóname. Te dibujo en párrafos y te araño a tachones. Te acabo convirtiendo en insignificante significado porque no logro escribirte. Lo siento. Perdóname.

Me pierdo y he comenzado más de dos millones de veces (las he contado) Pero es que eres oración y me confundo. Me confundes y eres verso y vuelvo a caer en el bucle de tus dedos intercalando mis líneas. No consigo escribirte, dibujarte en mis palabras es desdibujarte en escritura porque apenas alcanzo a vislumbrarte sutilmente en un sujeto omitido; un predicado atronador te aplasta.

Te escondes en mis lecturas, al segundo repaso ya no estás y busco tu sonido entre consonantes poco sonantes, pero ni en silencio logro escribirte. Probar a alcanzarte entre líneas es tarea inútil, mi brújula enloquece en la segunda oración, algo más arriba de las perífrasis de tus tobillos. Las metáforas de tus rodillas, qué decir tiene, inalcanzables y tu torso, jamás he conseguido atisbar siquiera lo poéticamente insoportable que es.

La rendición, sí, puede que llegue, algo más allá del inútil intento de una búsqueda de frase última, cuando la imposibilidad de alcanzarte en tu boca hace que el éxtasis de tinta derramada me obligue, una vez más, a reescribirte porque no logro escribirte. Lo siento. Perdóname.

sábado, 4 de septiembre de 2010

Amarillas polillas ciegas

Estaba seguro que serían esas arañas las que traerían su muerte arrastras entre sus patas de alambre.

Él, que había sobrevivido la época del hambre y el calor, temía no volver a ver el día cuando cada noche Morfeo le ahuecaba la almohada y las arañas hacían nidos en sus párpados.

Echaba de menos el zumbido nocturno, constante, de la vida que había salido de sus ojos antes de la ceguera. En lo que ahora eran iris grises, despoblada y árida llanura, antes anidaban amarillas polillas ciegas que le daban color a su vida y a su mirada, tiñendo de dorado las horas. Despertaban de noche y, ciegas, volaban a sentirse libres, para que él se despertase y también fuera libre y supiera que fuera le esperaba el color y las flores

Con la muerte de las amarillas polillas ciegas, ya sin alimento, ya sin vida desde que desaparecieron las flores, sus ojos se convirtieron en tierra de nadie, a merced de las arañas negras, patilargas, de movimientos espasmódicos sobre su cara mientras dormía alimentándose de sus sueños, lo último que le quedaba.

Pero lo asumió con la calma del que ha tenido tiempo de rumiar la muerte. Desde que murieron las flores, se decía, yo también deseaba ser amarilla polilla ciega y morir de noche sobre mi almohada.

Después de que se quedó ciego no le quedó más que dejar hacer a las arañas y esperar a que, con los párpados cosidos de tela de araña, un día al no poder abrir los ojos se negase a despertar.